Gris, el cielo de tus ojos” – dice un tango moderno – “gris, del cielo dos despojos”. Antes de que el microcentro porteño se convirtiera en la ciudad de la furia, muchos antes de la era de la kris-pasión, del dólar blue, de la grieta y la inflación; antes de los nuevos puestos de diario y de las protestas sociales paralizando la city, años atrás, en otra edad del mundo Buenos Aires fue otra. Albergó otras caras, otros lugares, otras historias. En esa nebulosa región entre el presente rabioso y el brillo desgastado del pasado se encuentra el Cabaret Marabú, esqueleto memorioso, tumba, eco gris, maxikiosco de la historia.

En las puertas de Maipú 359 sólo hay tres placas pintadas a mano. Pobre cartelería de la falta de presupuesto imitan una estética del fileteado sin hacerle honor. Dejan constancia de que allí Carlos Di Sarli y Aníbal Troilo partieron las noches con sus orquestas típicas cuando el tango no era un commodity for export sino la banda sonora de la prostitución travestida de varieté. Lugar de solos y solas, de encuentros entre alcoholes y humos. Domicilio de Oscar Alemán – aquel guitarrista atormentado, diminuto y modesto a quien Louis Armstrong exigió conocer en su única visita al país en 1957.

Hoy es nada. Hall principal vacío, enorme, flanqueado por un kiosco de gaseosas y caramelos, por una garita de control de acceso donde el empleado toma maté y dice a quienes preguntan por lo carteles de la entrada “eso fue hace mucho, acá no más hay oficinas de abogados, no se más que eso. Cada tanto aparece algún viejo a contar historias. Por suerte cada vez vienen menos”.

Jorge Sales –su arquitecto– difícilmente haya imaginado cuando puso su piedra basal que aquel solar abandonado se transformaría con el correr de los años en lo que los griegos antiguos llamarían ieros topos, el lugar donde se hacen presente los dioses.

Nicho también de la arqueología del rock, Marabú acogió en su agonía los primeros conciertos de unos pálidos Soda Stereo y de los Abuelos de la Nada conectando así como en un nudo borromeico esos debuts con lo de Aníbal Troilo y Pedro Laurenz, mitos fundacionales de lo que ya es una sombra.

Gris ciudad de olvidos, de galerías donde las casas de cambio miran de reojo la llegada de turistas. Ciudad que olvida y recuerda en la voz de los canillitas diciendo “somos Gardel en monopatín”. Ciudad de policías tomando mate en la Plaza de Mayo, de veda electoral con afiches políticos en cada rincón, de nueva arquitectura, de bancos y de gentes apuradas en el frió de una primavera amable. Y el Marabú allí, juntando ecos, lugar de peregrinaje de los ciudadanos del PAMI, donde habita el olvido, donde se junta el polvo que no se ve y que no puede barrerse. Maipú 359, donde cada vez va menos gente.

Me cierran el bar. Chauchas■