La noción de zona de confort es de una enorme injusticia. La usan quienes exigen un cambio de lxs otrxs pero rara vez la usan contra sí mismxs. Quienes desean un cambio, quienes gustan mudar de piel, de rutinas e identidades, solo cambian, sin teorías.

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La zona de confort, como idea, pretende atacar al hábito, a la rutina, a la costumbre. No justisprecia como es debido la importancia de éstas cosas. El hábito, la rutina y la costumbre son hitos, operan como indicadores de la regularidad que desborda la vida social. Es cierto que en el mundo postindustrial de occidente la rutina es asfixiante, aburrida en su vorágine. Pero incluso el pobre diablo que vive en Centinel del Norte tiene sus propias rutinas y hábitos y costumbres. Si no las tuviésemos moriríamos. Somos animales de costumbres. Lo sabe cualquiera que haya leído el capítulo 21 de El Principito, ese en el que el zorro le explica a ese torpe aristócrata intergaláctico con aspiraciones hippies, que unx es responsable por las rutinas y costumbres que genera, le gusten o no.

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La idea de La zona de confort es, también, parte del pensamiento mágico religioso. Su transfondo es la fe en el matrimonio que rige su panteón: la diosa voluntad y el dios cambio. Si se les rinde culto y tributo entonces es posible que unx sea dotado de la energía necesaria para cambiar de accionar y para dejar de ser quien es y ser mejor (más productivx, más confiable, más deseable, más adineradx o con mejores perspectivas de futuro). Al adherir a esto se comete el mismo error que cometían los jihadistas afganos o los combatientes del ISIS-DAESH, creer que la historia (social, personal, familiar) no cumple ningún rol condicionante en la estructura psíquica de las personas, que basta con variar para que deje de llover, salga el sol y la insatisfacción desaparezca. Miles de chicas del clima semidesnudas en canales de todo el globo saben que la cosa no funciona así.

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Quienes postulan las existencia de la zona de confort hacen malabares sobre una cuerda tendida en una grieta irresoluble. Si de un lado está el cambio permanente y del otro la permanencia costumbrista y ritual ellxs están, por supuesto, más cerca del cambio. Pero a diferencia de los que penden de la otra punta, a ellxs, el final les queda siempre lejos, siempre un paso más allá y como no podía ser de otra manera, no hay posibilidad de llanto, queja o pataleo. ¿No te gusta? Cambiá y fijate cómo te va.

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Lxs seguidorxs de este culto menosprecian la costumbre. En un universo cuya mutabilidad es permanente y las cosas cambian y varían sin control, que algunas cosas brinden el sociego de la rutina no debería ser algo que exija su repudio.

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Ampliaremos luego, me dio fiaca.