La cosa, con sus bemoles, es más o menos así: no le encuentran la vuelta y se siente en varios aspectos de la vida social. Ante la calle tomada, que en algunos casos devuelve imágenes y declaraciones repudiables, convocan a su propia marcha. Al principio lo hacen con una actitud timorata porque la calle no es su lugar natural. Sin embargo la realidad nuevamente los vuelve a sorprender, como cuando ganaron. Miles y miles de integrantes de la clase media salen a apoyarlos. No apoyan la democracia, ni los valores republicanos, ni el diálogo. Esas son ficciones para la gilada, los apoyan a ellos porque temen a la horda primitiva de la cual se sienten lejanos. Se levantan al otro día envalentonados. Su base de sustentación electoral les dio, gratis, su propio 17 de octubre, su propio 54%. Entonces se radicalizan. Y lo hacen en declaraciones y actos. Verdugueo y palos.
Todos sabemos que los distintos actores están buscando un muerto. No nos hagamos los boludos. La muerte de un policía, la de un maestro, un jubilado (los pibes y las mujeres no cuentan porque solo les importan a los progres, que están de capa caída). Solo falta que los nuevos Kostekis, Santillan, Fuentealba, Verón asomen la cabeza por donde pasará la bala. No será relevante su origen. Encenderá la mecha para que alguien clame por una nueva hora de la espada. Y propios y extraños nos subiremos a la ola tratando de no perder lo que tenemos y, los más pillos, tratando de sacar tajada como los todos que deberían haberse ido en el 2001 y se quedaron porque las mayorías son pelotudas y solo quieren series y teléfonos.
Mientras los pibes, acá, a un par de cuadras, se clavan un paco para no sentir hambre la máquina se arma. Va a estar re divertido.