Jolene

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Pocos lo confiesan. Pocos se animan a recordarlo cuando al salir de la ducha borran con sus manos el vapor de los espejos y se ven cara a cara con eso que son, con eso que ni la desnudez, ni el jabón, ni el shampoo pueden borrar o limpiar. A veces, en un acto de arrojo propio de quienes se resignan a la muerte en alguna de sus variadas formas, uno se hace del valor y deja que venga a la boca, como un reflujo, como el regurgite amargo, ácido, de eso que no es vómito ni alimento; como una vergüenza, como una cicatriz, como una traición. Sí, pocos lo confiesan, pero todos -quien más, quién menos- hemos estado ahí diciendo lo que se dice en esos momentos «Jolene, Jolene, Jolene».