Dante y el 96

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40 años después de la muerte de J.R.R. Tolkien, Christopher, su hijo, seguía encontrando -por decirlo de un modo elegante- papeles guardados de su padre que él, sin mucho prurito, publicaba a diestra y siniestra para seguir viviendo sin tener que trabajar honestamente como hace cualquier hijo de vecino.Nada me veda, entonces, apelar a mis ancestros italianos para trazar una línea desde ellos hasta Dante Alighieri. Que mis parientes fueran unos muertos de hambre tiraditos que vivían al sur de la bota y Dante un clase media del norte con aspiraciones no hace a la cuestión. Igual de parientes. Por eso, revolviendo papeles encuentro, como Christopher, los bosquejos que el tío Dante dejó sobre los círculos del infierno. En el último, el más indigno, el noveno, ubicó a los traidores. En su centro, centro también del universo como él lo entendía, había un lago congelado. Ya lo decía Octavio Paz, el fuego del infierno es un fuego frío. Pero hete aquí que no fue su primer opción. No, no. Durante meses el tío Dante tuvo otras opciones. Seguro que el cambio lo sugirió algún editor con ínfulas de vender el guión para una serie apta para todo público a Telefé o a Netflix, que tienen el hábito de comprar cualquier poronga.

Corona

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En el 96 la monada pivotea entre la desconfianza y el me chupa un huevo. Por ahí porque estamos más curtidos que el ciudadano idealizado de TN. A fuerza de sobrevivir al agua contaminada de Kathan city, al paco, a la policía, al cólera, al dengue y al macrismo nos hemos convertido en extremófilos, esos organismos que viven en lugares imposibles donde otro ser vivo caga la fruta al instante. Así que no sorprende que a pesar de la paranoia colectiva arriba del bondi la gente comparta el mate, se tosa a pulmón libre y se bese sin pudor.

Intersección y después

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El 96 sale de Constitución, por la calle Salta entre Avenida Brasil y O´Brien. Va derecho por Salta hasta la intersección de Estados Unidos, donde tiene su última parada. Luego hace una cuadra y dobla en 9 de julio. En esa esquina, en Estados Unidos y 9 de julio, no hay parada. Hay un bazar de un lado y una estación de Shell del otro. Siempre se ve gente desesperada, corriendo, cruzando en rojo la avenida, levantando la mano, suplicando que el chofer se apiade de ellos y les abra la puerta. La mayoría de las veces no les abren, los dejan de garpe porque la raza colectivera es miserable y solo dada al respeto de las normas cuando les conviene. Otras veces, las menos, se compadecen y abren la puerta y entonces, los que suben agradecen, conmovidos, por el gesto inesperado.

Rememoraciones

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Uno puede extrañar muchas cosas, amores idos a medio parir, lugares del tiempo y el espacio en donde la felicidad nos dio una probadita de su cocaína mentirosa, perfumes que disparan un inside lloroso y maricón. Puede, incluso sentirse tentado a extrañar ciertas formas del dolor y el sufrimiento que uno se fumaba porque sarna con gusto no pica. Pero hay cosas que no pueden extrañarse ni aunque se trastoquen las leyes más elementales de la física. Gentes, lugares, situaciones que duelen incluso en plan de rememoración sadomasoquista. Una de esas cosas es, claramente, Constitución.