Subo al colectivo y al sentarme me llega un aroma. Es un perfume. Una mezcla de tilo y naranja. Es un shifter, un embrague, un disparador a otra edad del mundo. Al igual que ciertas canciones y sabores, una fragancia también puede pinchar la memoria para que se filtren recuerdos. La nostalgia se alimenta de eso, de fragmentos perdidos y de años. Aguarda que la cosa más nimia dispare un inside para mordernos la memoria. De pronto, la película. Una plaza, sol, primavera. Una adolescente rubia, de ojos verdosos. Sus labios rosas, su pelo lacio enrulado en las puntas. Pantalón de gimnasia, remera blanca. Los pechos desafiantes, nuevos. La sensación de que ese cuerpo entre los brazos es ingobernable, que sobra la carne, que su saliva es lo único que puede lubricar los engranajes que sostienen la vida. Un momento en el que el dios, cualquiera de ellos, nos hizo sentir la bienaventuranza más plena. Tal vez no haya sido así, tal vez en ese momento uno se abandonara a la honrosa mezquindad del sexo, a ver cómo hacía para meter las manos y la boca allí donde le estaba vedado. La memoria tiene la gentileza de no ser tan dada a los detalles. Mejora el brillo, omite lo superfluo. Devuelve la mejor versión de uno mismo, la que no tenía la sangre manchada de resignaciones cotidianas.

El perfume seguramente se habrá disipado del ambiente pero sigue en los ojos. Pasan revista al fantasma. Lo palpan, lo huelen, le abrazan las caderas y le prometen futuros imposibles. Creen exorcizar la ganancia perra del espejo que en sus bordes se ríe y nos señala. Hay un árbol. Hay un beso dado en la entrada del colegio. Cosquillas. El sofocón ante el beso al que se sabe frontera, límite ante una desnudez imprudente.

Y ella, ese fantasma construido de tilos y extractos de segunda selección, que en nada se parece a lo que era y lo que ahora es; esa criatura de catorce años desde siempre y para siempre dice que nos quiere y aunque sabemos que miente, por un segundo cerramos los ojos y decidimos por propia voluntad creerlo de nuevo. ¿Qué otra cosa puede un cuero viejo ante un disparo semejante? Cerrar los ojos. Solo eso. Y esperar que el viento, por dios, se lo lleve todo.