Ferrocarril Roca. Estación Bernal. Mano a Constitución. El conductor, como ve que llego corriendo como un descocido, se copa y me abre la puerta. Me apoyo contra el vidrio y agradezco mientras recupero el aire. El tipo sin darse vuelta levanta la mano y hace, como Carlitos Balá, un gestito de idea. 

Llegamos a Wilde, aun no puedo respirar bien. De pronto entra una pareja. Él, más de sesenta, completamente borracho. Trata de llevar a una mujer con un sobrepeso descomunal. Tiene un pulóver diminuto y roído. Se le escapan varios flota-flota y se le ve el pupo. Ella está igual de borracha o drogada o con un brote psicótico. Da igual. No abre los ojos. Parece como si le hubiesen tirado mertiolate en los párpados. A ambos los empuja un policía gordo y bigotudo. Los sienta y les grita “Vayan hasta Constitución. Y la próxima vez tómense el que dice Claypole”. Los guardas miran la escena. Cuando el policía se baja les grita “Ahora es un problema de ustedes”. Los tipos putean por lo bajo.

La mujer grita que quiere ver a su mamá. El viejo le dice que ya están yendo. Ella grita que le miente. Él le grita que no. Ella empieza a respirar con dificultad, como si tuviese un espasmo del sollozo. El tipo la zamarrea un poco y la sienta en sus piernas como si fuera una criatura. Ella se da la cabeza contra los paneles del tren. Los guardias deberían acercarse y acomodar un poco el asunto. Ni se mueven. En cambio uno le cuenta al otro que está pensando en hacer los papeles del divorcio porque la mina con la que hace 17 años que convive se puso cargosa y le tiró el ultimátum: o se casan o “nunca más nada”. Cuando dice “nada” mueve la pelvis de atrás hacia adelante. Nadie en su sano juicio dudaría del asunto al que se refiere.

Al parecer el único problema del guardia es tener que enfrentar a su ex mujer y a sus dos hijos a los que no vio nunca más “porque eran todos re cargosos”.

Frente al viejo borracho y a la gordita va un pibe de unos veintipocos con una viejita con bastón. La viejita es el prototipo, el paradigma de lo que es ser viejita. Rodete blanco. Falda larga azulada. Camisa blanca, pulóver gris. Tiene anteojos redondos. Es casi, casi la viejita de Piolín y Silvestre. La viejita no se da por enterada de la secuencia o se hace la boluda. Tiene un audífono colgando de una oreja. Con una voz finita y potente le grita al pibe que tiene al lado “Menos mal que me quedé sin pilas en el cosito este, ¿no?”. Con un dedo se apunta el aparato y sonríe, pícara. El pibe le grita al oído “Sí, abuela, menos mal”.