Estoy en la casa museo de Ricardo Rojas. Presentan el archivo histórico de revistas. Se ha reunido una pequeña cantidad de intelectuales algo pasados de moda. Está el hijo de Jauretche o alguien que ameritaría serlo por su parecido. Otro que se parece a Noé Jitrik o se le parece si es que no está muerto. También está Vicente Batista, editor de la antiquísima revista Nuevos Aires.

El evento en Facebook tenía cerca de 500 invitados. Casi 400 habían dejado constancia de asistencia. Si llegamos a 40 es porque conté mal, parecemos menos.

Vine porque el tema me interesa. Vi que algunos editores de las mejores revistas culturales, independientes y actuales del país asistirían. Me sumé, también, por cholulo y místico: Imagino con incredulidad que si lo deseo con fuerza algún día incluirán a la revista en la que participó en algún catálogo semejante. Ojalá sea antes que me muera.

Hay olor a viejo en todas partes y en especial, viejas coquetas. Tengo a mi lado unas señoras recontra perfumadas que participaban juntas de algún taller literario porque hablan constantemente del final del cuento en el que trabaja una de ellas. Los jóvenes son el prototipo de becario del Conicet que investiga sobre algún asunto oscuro y socialmente irrelevante de la literatura argentina tipo “Características sociales del gaucho, el compadrito y el petitero en la obra de Ricardo Guiraldes. ” Las chicas son divinas, todas ellas con anteojos de marco hipster y cara de saber quién es Murakami y despreciarlo.

Tengo la impresión de que la mayoría está porque son alumnos de alguno de los que habla. Todo muy literario. Los que hablan son todo, escribieron todo y mucho. Jamás escuché hablar de ellos y me hacen sentir un ignorante de mierda.

Hablan de las revistas culturales como si las hubiesen inventado a todas. Pausadamente, quedos y reflexivos hablan sobre los años de plomo y lo importante que fue lo que hicieron cuando eran unos jóvenes aventureros. Cuentan anécdotas de sus deslices como editores tránsfugas que toman el dinero y salen corriendo. Lo que hacemos todos lo que estamos en la misma movida pero cuarenta años antes.

Hay una chica con cara de estatua junto a la puerta y asiente y corrobora lo que dicen como si hubiese sido partícipe. No tiene más de veintipico pero sonríe como si hubiese conocido a esos muchachones hace sesenta años.

Los que hablan fueron amigos de todos, nombran a Laclau, a Verón, a Alperín, a Ricieri Frondisi, a Romero, a Nanina Rivarola, a David Viñas, a Arturo Capdevila, al mismo Rojas, difunto dueño de casa, dios lo tenga en la gloria y no lo suelte.

Uno de los que habla es Jorge Laforgue, no lo conozco – como a todos- y por el tono que usa y la familiaridad con la que menciona a otros tantos da la impresión de haber sido quien le batió la posta a Jesucristo.

Luego toma la palabra Silvia Sayta, la jefa del proyecto quien, luego de enumerar sus múltiples neurosis obsesivas, repasa el trabajo y la puesta en marcha del sitio web que reproduce revistas tales como: Crisis, Nervio, El escarabajo de oro, Las ciento y una, Mar dulce, Nuevos aires, El suplemento multicolor (que salía con el diario Crítica), la revista Centro, El grillo, Conducta, Metrópolis, Propósito, Verbum. No están todas en línea pero prometen que lo estarán del mismo modo en que le prometo a mi madre recibirme algún día.

La sala se puebla de pelados de todas las edades y desde donde estoy a todos les brilla la calva. De hecho, la onda es tener barba y entradas en el pelo. El único que no está en la onda es un nene de unos meses al que su madre carga.

Los presentes hablan de las revistas culturales con una nostalgia innecesaria. Creo que si se les tirara la lengua apoyarían a Horacio González cuando dijo no hace mucho algo así como que ya no se hacían revistas como las de aquellos tiempos. Pura boludés de viejos chotos; grosos, parte de la historia, gente a la que hay que leer, estudiar y repasar, pero que no dejan de ser unos viejos que entienden a la cultura como algo que huele a naftalina. A uno de ellos le cuesta decir “digitalización”. Se le traba la lengua, pide disculpas y dice que lo poco que sabe de computadoras es que hay algo que se llama excel. No hay un solo reconocimiento a la existencia de revistas culturales en la actualidad. Nada. Casi que son kirchneristas, nada bueno ocurrió antes y nada bueno ocurrirá después de ellos. La academia, con sus becas y subsidios los abala. Ese es el paño. Ese mismo viejito, parecido a Jauretche, que lee su ponencia ante lo que imagina un comité de la Sorbona, fue editor de la revista Cuadernos de Filosofía, Centro y otras mil. Escribió para todos y en todos lados del mundo. No me entero de su nombre. Ante la posibilidad de que comience una nueva catarata de anécdotas me levanto y me voy sin la copa de vino prometida. Es viernes, soy muy ignorante, vivo lejos y tengo poca paciencia. Hay que diseñar una revista y no serán las historias del oficio las que los hagan por mí.

Me cierran el bar. Chauchas