Elecciones. Escuela perdida de Dios en el hoyo más profundo del conurbano. Media cuadra de cola a quince minutos por cabeza. No sé si es por la cantidad de boletas o si todxs se están masturbando sobre ellas. De todos modos, va a ser un asco. Hay un aire a sexo electoral no consentido que da calambre. Desde siempre les digo que hay que socializar la producción pero estos jipis insisten con la falopa de la burguesía nacional. Que la soben.

En la fila, delante de mí, hay una flaca. Tiene los rasgos prototípicos de la progre bien pensante. Morral de Frida Kahlo, rapado un costado del pelo con las puntas teñidas de rosa. La remera es el continente americano invertido con una frase de Galeano. Tiene el pañuelo verde anudado al morral pero con los flecos hacia adentro para no alardear. Por ahí para que nadie la acuse proselitismo en veda. En otro barrio te la creo pero en este nadie quiere estar mucho tiempo discutiendo.

Debe andar por los veintilargos o los treintipocos. Se hace difícil sacarle la ficha con el barbijo. Estamos abajo del sol y se le nota el sudor en la frente. El colegio tiene un patio hecho mierda donde alguna vez hubo dos árboles pero los talaron. En una de esas bases está sentado un gendarme gordo y desalineado. En el otro un padre entretiene a su hijo con unos autitos mientras esperan a alguien.

En algún momento de la espera a la piba le suena el teléfono. Lo saca. Mira el número y resopla. Atiende.

-¿Qué querés?- Dice cortante.

Silencio.

-No Ana, sos una chota- Dice- siempre hacés lo mismo. Cuando te dejan los chongos venís a que te escuche llorar pero cuando yo necesito lo mismo me decís que no podés, que estás tapada de laburo, que tenés mucho para corregir y después aparecés tomando y bailando en Instagram. Te llenás la boca hablando de sororidad mientras nos vendés libros feministas pero te cagás en la amistad.

Silencio.

-Me chupa la argolla que te hayan pasado a buscar. Siempre hacés lo mismo, fantasmeás igual que los tipos. Por eso tus alumnos no te prestan atención, porque saben que sos una garca.

Silencio.

-No, no te voy a pagar el puto libro, sos una forra- Corta. Lagrimea dos minutos. Saca una carilina. Se seca. Saca del morral un espejito en el que se mira. Corrige el rímel corrido de uno de sus ojos y aquí no ha pasado nada.

Faltan como diez todavía para llegar a la urna. Me abrigué de más. Me duele la panza.

2

Fantasmear. Me quedo pensando en eso. Me acuerdo de Ailín. La conozco hace 30 años más o menos. Hicimos juntos una parte del primario y casi todo el secundario. Nunca fuimos muy amigos pero sí tuvimos mucha confianza. Esa especie de vínculo que entablan los raritos del aula cuando se saben en Pampa y la vía. Ailín cree en fantasmas, desde siempre. Cuando sos chico es gracioso. Incluso garpa en las primeras juntadas cuando jugás el juego de la copa. Después crecés y tu principal objetivo al ir a un asalto es tocar una teta. Ailín insistió unos años con su proselitismo fantasmal hasta que la psicopedagoga del colegio le sugirió a los padres que la hicieran tratar porque ya no era normal. Hablaba todo el tiempo de eso y se ponía, como dicen ahora, muy intensa. A la distancia no era muy distinto a la intensidad que le ponía el que siempre hablaba de fútbol o la que era fan del grupo Sombras pero bueno, la que cayó fue Ailín. Estuvo unos años bajo tratamiento psiquiátrico. Tardaron un tiempo en pegarle a la pastilla justa. Hasta que más o menos le encontraron la vuelta Ailín fue un zombi medio pelotudo que iba a clases y casi no hablaba con nadie. Alguna vez le pregunté cómo se sentía estar empastillada. Me contó que era como tener sueño adentro de una pelopincho en invierno. Raro. Un día dejó de tomar las pastillas, porque le pintó, porque se cansó de ser un helecho. Le volvió la vida. Hizo amigos y se normalizó. La gente olvidó el asunto o hicieron como que lo olvidaron. Casi nunca volvió hablar de fantasmas. Casi. Mentía. Dejó de contar su mambo con fantasmas para encajar y que no la medicaran pero los bichos no se fueron nunca.

Hizo una carrera. Tuvo varios novios. Se casó. Tiene dos hijos. Labura en un estudio contable. Cada tanto nos escribimos. Sigue viendo fantasmas pero no se lo dice a nadie. Su marido sabe poco y nada de la cosa. Algo sospecha pero no pregunta. Ella tampoco entró nunca en detalles. Se curó de espanto cuando, estando muy de novia encajetada con un aleluyo evangelista le confesó que veía fantasmas en todas partes. El aleluyo se cagó todo, le dijo que había que ir con el pastor para que le sacara el demonio de adentro. Lo mandó a cagar y lo dejó. Ya para delirios tenía los propios. Le dolió un montón pero lo superó rápido.

Le da vergüenza que sus visiones ocurran como los lugares comunes del cine pero es como es, dice. Se sintió identificada con el nenito de Sexto Sentido solo que parece que a ella no le hablan. Solo los ve. No los ve muertos en plan zombi de película de George Romero. Es algo más a lo Harry Potter. Que conste que ella los describía así antes que a Shyamalan o a Rowling se les prendiera la luz. Doy fe de eso.

No mira pelis de terror porque se ceba y no puede parar la rumia mental.  Alguna vez le trajo problemas con los hijos que la tratan de miedosa pero prefiere pasar por cagona que pasarse una semana viendo espectros hasta en el inodoro.

Como sus visiones no tienen ninguna utilidad, es decir, no le revelan secretos, no le dicen qué número va a salir en la quiniela ni qué pasa cuando te morís, sus aseveraciones son indemostrables. Es una pirada muy muy funcional. Ella lo sabe. Cero dañina para otros y para sí porque mientras se tenga la cadena cortita, no pasa nada.

Su mayor miedo, a los 40, ya no es pasar vergüenza sino que pase vergüenza su familia por eso se cuida, no se expone, va diligentemente al psiquiatra una vez cada dos meses y le miente. Dice que el tipo lo sabe y se hace el boludo, como todos los que la conocemos hace tiempo, y que le receta un antipsicótico livianito que a veces toma y a veces no porque le descajetan el período menstrual. El segundo de los nenes cayó así, luego de una temporada de tomar la pastillita, plop! se enteró que estaba embarazada. Los números no le cerraban pero la cigüeña ya se había tomado la low cost desde París.

-El peor lugar -me dice cómplice- son los colectivos que pasan por los cementerios. Hay más fantasmas ahí que en cualquier otro lado.

Lo debe experimentar seguido porque vive en Ituzaingó y para ir a lo de la madre en Pontevedra pasa por la puerta de dos. Así que los que se tomen el 297 y crean en estas cosas por ahí la pegan si cargan en la mochila una riestra de ajo. Aílín dice que funciona. No a ella, claro, ella los ve igual. No es para menos, están en todos lados, y encima, ahora, lo votan a Milei.