El chofer escucha música en su celular. Sorprende el volumen. Su lista de reproducción es por demás creativa. Reggaetón, cumbia remixada, folcklore en plan mix tape. En ese orden y sin pifiarle nunca. Un golazo. Lástima que con su actitud habilita al resto del pasaje a intentarlo. Solo recoge el guante una evangelista que le opone al reggaetón canciones en las que Cristo salva al mundo del mal, el café, la minifaldas, Marilyn Manson y el aborto. Se baja en Laferrere repartiendo bendiciones cada vez que pisa a alguien.

Cambia la lista del chofer. Suenan bachata y ritmos caribeños varios. Prefería el reggaetón. De hecho, me confieso a mi mismo que me gusta Tego Calderón, Maluma y Cnco, esos pibitos del reggaetón lento que produce Ricky Martin. Gran, gran canción pero por motivos que exceden al género. ¿La escucharon? “la noche está para un reggaetón lento,
de esos que no se bailan hace tiempo”.

Los pibes tienen como mucho veinte años. Sin embargo apelan a la nostalgia: “de esos que no se bailan hace tiempo”, dicen. Rememoran un pasado distante, ya lejano, cuasi mítico y heroico (como todo el pasado) donde el género no es lo que ahora es sino que era mejor, es decir, lento.
Su pasado es un futuro al que otros no entramos. Cuando el reggaetón surgió algunos ya no estábamos en edad de adoptarlo con la pasión que hoy genera.

El reggaetón lento me genera varias cosas. En principio hace que se me muevan los pies. Luego, por alguna razón me obliga a pensar en una milonga que hacían Angel D’agostino y Angel Vargas en 1941, se llama “En de Laura” y la escribió Enrique Cadícamo. Ahí, en narrador rememora épocas pasadas en una suerte de piringundín de mala muerte en el que se practicaba el tango cuando Franco Macri todavía se curtía flacas de su edad. Da una fecha precisa “de aquel 911 ya no me queda ni un vuelto”. Vuelve otras veces sobre la nostalgia y al terminar sentencia “eso ya no vuelve más”. Siempre me gustó ese final, mitad resignación desesperanzada, mitad desesperación contenida. Pienso, por lo que dice el resto de la letra, que en aquellos años se dio la mejor versión del tipo, que aquella fue su mejor vez. Es raro. Un tipo en los ’40 del siglo pasado hablaba de 1911 con un lagrimón atravesado en los ojos. Promediando la segunda década del siglo XXI unos chicos que no arañan los veinte se lamentan que la música que hacen ya no sea como en sus inicios, casi veinte años antes. Y veinte años antes uno ya no era un pibe; ya laburaba 10 horas para ganarse el pan, ya tenía el corazón con agujeritos y le debía guita a MasterCard.

Pienso, incluso, que el reggaetón lento de los inicios me chupó un huevo y jamás lo escuché y hoy, su evolución, es lo primero que mis compañeros de trabajo, adolescentes tardíos, ponen cuando llegan a la oficina y me dicen “cuchate el hit del verano”.

No sé, por ahí me estoy poniendo viejo. No lo digo solo por un género del cual recién me anoticio sino porque, salvando las distancias, como dijo Osvaldo Bayer, llegué a una edad en la que me decepciona que otra vez los pelotudos de mis conciudadanos voten contra sí mismos y no se enteren.

Afortunadamente siempre nos quedará el tango y el reggaetón…lento.