Uno de los problemas de cursar un profesorado en una universidad es que se tienen compañerxs que ya son docentes. Al parecer, el solo ejercicio de la profesión les hace creer que eso lxs autoriza a hablar más que el docente, a interrumpirlo, a cuestionarlo, a cuestionar a los autores -cosas que no están mal- pero, sobre todo, a contar sus anécdotas de clase, lo que es infumable porque rara vez ilustran el tema tratado, sino que emerge para satisfacer el ego y el deseo de reconocimiento.

Aún peor si el que habla es directivo o tiene más de cincuenta. Eso de que les queda poco para jubilarse los hace querer narrar sus experiencias a la juventud como si a la juventud le importara más lo que les pasó una tarde de 1985 que aprobar una materia pedagógica insufrible.
Ni hablar si él o la docente no es muy ducho en llevar las riendas de la clase. Cualquiera delira y divaga secuestrando durante ratos y ratos la atención del resto. Peor aún si de lo que se habla es algo vinculado a género, feminismo o diversidad sexual. De pronto la clase a la que uno llegó corriendo luego de laburar todo el día y viajar como un animal se transforma es un espacio de catarsis psicoanalítica con chicas y señoras contando cómo sus maridos no lavan los platos ni llevan a los chicos al dentista.

Por ejemplo, hoy cursé con Antonia. Antonia debe orillar los treinta. Es maestra. Es petisita. Tiene una voz de pito que te taladra el tímpano y a pesar de estar recibida habla sin sujeto y predicado. Dice ehhhhhh y vistes, todo el tiempo y nunca pero nunca, nunca, nunca va al meollo del asunto. Se enreda en lo que dice y lo sabe. Siempre aclara “¿No sé si soy clara?” Los docentes no le responden por respeto, pero no, reina, no se entiende un choto lo que querés decir.

Algunos pedagogos modernos acuñaron el término “estudiantar” para dar cuenta de ciertos tipos de hábitos, de prácticas, procedimientos y saberes no escritos que se adquieren por el solo hecho de ser estudiante. ¿No tenías ganas de copiar? Se lo pedís a alguien. ¿No hiciste nada en un trabajo práctico? Te chamullas a un par para que te sumen a su grupo y luego devolvés la gentileza. Una vez dejé una materia porque me tocó hacer grupo con dos viejas chotas y me carajié con las dos. Una era directora. No me voy a ir un sábado a Quilmes desde González Catán para intercambiar ideas con vos porque no crees en la virtualidad. Si la otra puede, ok. Háganlo ustedes pongan mí nombre y en el próximo lo hago yo y ustedes descansan. Si te olvidaste de los códigos estudiantiles de tanto romperle las bolas al piberío con que usen el uniforme es asunto tuyo. Se quedaron con la mitad del trabajo sin hacer y encima las desaprobaron porque lo que hicieron estaba mal. Tenían que leer, chicas, no contar anécdotas de cuando le hicieron pagar derecho de piso a Sarmiento.

En fin, la cosa es que Antonia no tiene muy en claro eso de estudiantar. Una de esas reglas no escritas dicta que si no leíste o no sabés del tema del cual están hablando lo más sensato es no levantar la mano para zaracear. Antonia se pasa por la argolla esa norma y habla, habla, habla, y dice boludeces y confunde conceptos, ideas, materias y usa el tono de quien dicta una clase magistral en el auditorio principal de París IV, en la Sorbona. Es tan impetuosa en su forma de pensar en voz alta que los docentes no saben cómo interrumpirla para poder ganarse el pan con honradez.

Hay varios tipos de estudiantes, según el teórico que enganches, pero más o menos se resumen en los que jamás dicen media palabra y de los que se desconoce si hay algún tipo de sinapsis, los que preguntan o hacen aportes y te tiran la clase para atrás, los que preguntan boludeces o hacen aportes insustanciales y los que preguntan o aportan y eso le da pie al docente para hacer que la clase avance o vaya para un lado enriquecedor.

Cómo soy humilde, lindo y tengo un pelo encantador me considero de los últimos. Antonia es de los segundos. Abre la boca y la clase se va al carajo. Cursé varias materias con ella y siempre es lo mismo. Si alguien la interrumpe se pone de mal humor y lo acusa de violento o mansplaining. Una vez, en otra materia, un profesor la interrumpió. Lo acusó de mansplanero porque ella sabe lo que es ser docente y no hace falta que un hombre se lo explique. Intenté mediar tratando de explicarle que, la materia era teoría e historia del currículum, que no tenía un anclaje muy experiencial que digamos y que por ende si ella no era una experta en eso, como el docente, no era estrictamente mansplaining. Me acusó de machirulo, agarró sus cosas y se fue. Hasta las femitroskas que coquetean con el kirchnerismo y el tarot se le cagaron de risa. ¿Hablé alguna vez de ellas? Son 5 o 6. La tienen atada con todo lo referido al feminismo. Leyeron todo lo que hay que leer y más también. Hiper lúcidas, militantes curtidas, deben promediar los veinte. La única crítica es que para ellas todo tiene que ver con eso. Didáctica de la matemática: feminismo. Teorías de la evaluación: feminismo. Abordaje intervencional de la repitencia en pueblos originarios: feminismo. Construcción de puentes en la Hungría medieval: feminismo. Ni qué decir de todo eso mezclado con tarot y lectura del aura. Se ponen un poco cargosas pero las banco fuerte. La cosa es que hasta ellas dijeron que aquella vez se había pasado de rosca. Ahora solo una de las femitroskas cursa con nosotros pero esa suele mantenerse al margen sino se la pincha directamente.

Hoy Antonia estuvo particularmente intensa. Contó dos anécdotas docentes, una anécdota amorosa e interrumpió al profesor 5 veces. Una para cuestionar por qué seguíamos leyendo a Rousseau que era un ignorante patriarcal y machiruliento y cuatro para responder mal preguntas retóricas con las subsiguientes reflexiones incoherentes. Cronometré el tiempo que usó en total cada vez que hizo uso de la palabra: 28 minutos y 16 segundos. Le sumé sus silencios tipo Mariano Grondona. Me fui cuando en medio de su última alocución dijo vistes, ahre y nada en la misma oración. Por resongón mecha corta me jodí como un boludo: afuera llovía a cántaros. Me mojé hasta el apellido.