Entonces, cuando no puede determinarse a ciencia cierta si el colectivo se encuentra semi lleno o semi vacío, la única opción es rebelarse ante las buenas costumbres que someten al cuerpo a la normalización de la autoridad. Así, lo que en otras geografías puede ser considerado una contravención, aquí se vuelve, no ya una rebelión personal sino un profundo acto de disgusto ante el cansancio. Ergo, me senté en el piso. Y como ocurre con todo acto individualista que no atina a sumar voluntades, al resto de la gente le importó un carajo.