¿Será porque el tiempo pasa para todos y nos ponemos de talante blandengue? ¿Será porque se nos endurece el cuero y se nos aflojan las ideas? ¿O porque no tan en el fondo somos unos onanistas recalcitrantes? Importan poco las razones cuando un día nos encontramos escuchando el disco debut de Natalie Perez y reconocemos sin la menor vergüenza que no suena mal.

Sí, así es, no suena mal. De hecho, suena bien. Imprevista, sorpresiva, extrañamente es un disco solvente. Vamos, uno no llega al disco de Natalie esperando escuchar algo iluminador. Y así, con la misma expresión con la que actúa siempre el mismo personaje, ya sea que haga de nena sufrida o de bruja malvada, Natalie Perez te pinta la cara y te hace un corte de manga. Uno la ve con su imagen de chica Pantene o Siempre Libre y no diría que lo que le sobra es talento. Y tal vez no le sobre. Pero lo que le sobra, a ella o a sus productores, es el pulso para buscar melodías inesperadas. En tiempos en donde las chicas de la tele se vuelcan al sonido urbano-reguetonero para expandir sus carreras ella, Natalie, hace una apuesta arriesgada. Y no es menor. En lugar de calzarse una tanga y salir a mostrar el culo mientras el autotune le arregla la carraspera de una noche de excesos varios, ella se presenta con una voz dulce, trabajada. Se le nota estudio. Acaso su mayor gesto de osadía sea un repertorio que coquetea con melodías de corte latinoamericanista. Sí, desde los primeros 10 segundos de su disco «Un té de tilo por favor» (2018) uno sabe que ahí hay algo que no le cierra al prejuicio «Chica linda de telenovela tiene berretín de cantante». Ya lo sabíamos cuando escuchamos su primer corte «Algo tiene», una cumbia acústica con aires colombianos en cuyo video su partenaire no es el típico chico lindo de lomo laburado y pasaporte de la Unión Europea sino un morocho que tranquilamente puede ser el mecánico de la vuelta, o un pintor de brocha gorda sin futuro, como uno. Pasa por la zamba («yo te esperaré»), pasa por un ska medio timidón («Escorpión» -lo mejor del disco, lejos-) y una especie de bossa nova («pegaditos»). Una mezcla no muy uniforme pero sí coherente que recuerda a la primera Marcela Morelo, la de 1997, pero mejor, sin las estridencias de quien busca imponer la novedad.

El disco tiene, por supuesto, aires pop. Canta bien, es arriesgada pero sabe que el alquiler no se paga solo y que en este mundo piojoso en el que vivimos hay que sudar el churrasco por más que des bien en cámara y te sigan quichicientas personas en instagram. Será por eso que mecha con dos baladas de cuarta «lo que perdimos» y «En las olas» y -fuera del disco- se promociona con algunos videos con Alex Ubago, Luciano Pereyra, La Bomba del Tiempo, Diego Torres y otra gente que pasaba por la calle y le dijeron que sí cuando les ofreció un par de panchos por cantar con ella. ¿Lo hacen los Stones, no lo va a hacer Natalie Perez, que es linda y tiene una pinta de mina buena leche que da calambre?

Sus letras son pop. Amor, amor, amor. Libertad, realización y toda la zaraza. ¿Tres rimas y a cobrar? Para los oídos exigentes puede ser. No obstante, sería exagerado decir algo así. Sus letras no se reducen al polvo que empezó bien y al polvo que terminó mal. Tienen una vuelta de tuerca. Tampoco va en plan resentimiento, carajeando como loca al tipo que hasta ayer era el futuro padre de sus hijos. Es decir, lejos está de ser Jimena Barón. En «pegaditos», por ejemplo, el chongo de turno le dice que no quiere estár más «así» (¿garchando sin futuro? ¿viéndose una vez a la semana? ¿limpiándole la heladera y arreglándole la cama cuando la rompe con otro?) No importa, el chongo le dice «así» y ella, despreocupada, sin llorar, sin escenas le dice:

«Vení, dame la mano, bonito, / Y bailemos así pegaditos / Hasta el final y olvidar todo lo demás»Pegaditos

No es una gran poesía, es recontra cierto, pero la escena es tierna. Suena a Julia Roberts diciéndole al consumidor de sexo gerenciado, Hugh Grant, que solo es una chica parada frente a un chico diciéndole que la quiera, o algo así. Y eso no está tan mal. Luigi 21 Plus, un reguetonero colombiano, dice en «Me reclama»:

«…Quiere que le meta duro con el prepucio / Se puso en cuatro patas, / quiere que lo entre / Por donde le sale caca /abre esas patas»Luigi 21 Plus

Así que, en comparación, Natalie es Olga Orozco, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral juntas. O casi, porque las canciones -curiosamente- están firmadas por sus productores, Nicolás Cotton y Mateo Rodo, que tienen la gentileza de tirarle un hueso en los créditos. Ojo, por ahí ella metió mano pero hay que reconocerlo, el prejuicio talla y si Marx viene predicando el fin del capitalismo hace como 150 años ni hablar del patriarcado que está vivito, coleando y hace malabarismos sin red porque no tiene miedo a caerse.

En fin, Natalie Perez pegó un discazo cuando nadie lo esperaba ni daba dos mangos por ella. Lo presentó en vivo un par de veces, cantó con entereza junto a una banda super afilada y con una fila de vientos que te volaba la peluca sin transpirar. No creo que dé para comprar el disco -si es que aun alguien edita y otros alguien compran algo que anda dando vueltas por ahí o que por un par de mangos se escucha por spotify-. No sería una mala inversión. Tiene, eso sí, el peor arte de tapa de los últimos veinte años pero algo tenía que salir mal.

Si se le animan lo peor que les puede pasar es ignorarlo. Yo le doy 7 gustavitos. No es poca cosa.