Parada del colectivo: Repleta. Colectivos que pasan, repletos. Gente colgada. Arriba, gente apretada. Ok. Llega el bondi en el que viajo. Así como de la nada aparece una vieja que primerea la cola y sube corriendo mostrando un papel amarillento. Se lo muestra al primero de la fila, que soy yo. Se lo muestra al chofer que le hace un gesto, como si la conociera de viajes anteriores. Se lo estampa en la cara a un tipo que está sentado, apretado contra el vidrio junto a una mujer con 3 criaturas.

El papel aparentemente avalaría que tiene cáncer. Uno ve seguido certificados de discapacidad, ve gente en condiciones que no dejan lugar a dudas que necesitan el asiento para vivir. Pero certificados de cáncer es más bien novedoso.

Pero la cosa es aun mejor. Conozco a la vieja. Es la madre de una ex compañera de secundario que me desprecia porque alguna vez quise seducir a su hija en la puerta de su casa. Desde siempre psicopateó a la piba con todas las argucias habidas y por haber hasta que los dioses respondieron a sus ruegos y le dieron una enfermedad terminal para darle el derecho de decir que era alguien, es decir, alguien que se moría. No le fue muy bien, la piba jamás le dio bola y vivió una divertida vida de drogas y amantes varios que nunca me incluyeron y que fueron la pesadilla que la vieja siempre quiso evitar. Además, los dioses, tan putos como siempre, le deben haber dado un cáncer de muy mala calidad, porque lo tiene desde el año 96 y jamás la vi hacer quimioterapia. La pilotea bastante bien. Anda con su papel amarillento confrontando a la gente para que le den lo que quiere. Seguramente ha intentado pagar con eso el servicio eléctrico pero dudo que lo haya logrado. Las corporaciones son menos sensibles que los pasajeros que de repente son puestos ante la constancia administrativa de la muerte devengada.

En otras oportunidades la vi hacer lo mismo con su nieta. “Hacele caso a la abuelita, mirá que la abuelita está enferma”. Y la nena la miraba, con sueño, refregándose los ojos, esperando que la vieja se mueriera o, en el peor de los casos, dejara de romperle las ovarios por un rato.

Pienso en todo esto a la altura de Laferrere cuando 3 discapacitados, 2 viejos contemporáneos al Virrey Sobremonte y 2 embarazadas ocupan los asientos reservados y la vieja cancerosa no se levanta cuando llega una tercera. Y mira escandalizada y bufa, y resopla con indignación y dice “larguen el asiento, maleducados, que hay una chica que lo necesita”.

¡Que poco balanceada es la vida! Ayer murió Wes Craven, creador de decenas de películas de terror maravillosas y ésta vieja forra, seguro, seguirá robando aire por muchos años más.