En la UNQUI hay una licenciatura en automatización. Gente que inventa cosas. Son como una secta. Pocos. Todos juntitos. La jeta metida en el teclado. No hay mujeres. Se sientan alrededor de máquinas y las ven moverse embelesados. Se les para, lo sé, padecí en otra vida el auto erotismo nerd. Me hacen acordar a los que se especializaban en lógica cuando estudiaba filosofía. Pasillo al fondo. Salgo de la clase un toque antes del timbre. No hay nadie. Estoy en el área donde están las aulas de los inventores de cosas. Salen tres. Uno tiene una laptop con un aparato conectado lleno de plaquetas y luces que prenden y apagan. Dos de ellos tendrán unos veinte años, el otro unos cuarenta y pico. Tiene ojeras y parece el profesor.
Cuando paso delante de ellos el aparato empieza a chillar desaforado. Me paro. Los pibes me miran, sorprendidos. Lo miran al tipo. Le sonríen. -Disculpame- me dice el tipo – ¿por casualidad tenés encima iridio o plutonio?-
-No- le contesto.
-¿Vieron boludos? les dije que no funcionaba.- dice el tipo. Los pibes ponen cara de decepción. Miran el aparato y entran al aula.
Quedo solo.