No hay nada más infame que un colectivero; nada más indigno, nada más pútrido y vil. No hay en el universo criatura en la que se manifieste la ausencia de dios como en esa figura en la que la maldad pura y destilada del género humano se sustancie con mayor patetismo. Cuando un ser humano elige para ganarse el pan ese oficio miserable, el horizonte de un mundo mejor entra en llamas, arde hasta morir y sus cenizas son esparcidas sobre un basurero.