El horóscopo del diario es particularmente imperativo «Diga con franqueza lo que siente o puede que se arrepienta si pierde a quien ama» aunque corona con un «Hay que saber dejar ir lo que no conviene. Despréndase.» Casi que se contrapone, casi que se opone un consejo a otro. Los intérpretes del oráculo puede que digan que una cosa no implica la otra, es cierto, pero la línea divisoria entre opciones es demasiado fina para quien desconfía de la palabra de los dioses, en especial, cuando los dioses tienen la manía de comportarse como unos cretinos de mierda.

Entonces, ¿Qué hacer? ¿Llamar por teléfono en la madrugada a riesgo de que atienda la nueva compañía sexual de quien queremos, que nos hable y nos amenace con una muerte al estilo camorra siciliana? ¿Llamar para que nos atiendan y nos pregunte -la voz esperada-si otra vez volvimos a consumir porquerías y estamos bajo la resaca del ego herido? Sí, sí, gracias -nos dirán- muy halagador, digno de los laureles con que los griegos coronaban la gloria de los amantes de Erato. Pero la mejor y más luminosa de todas las palabras, dicha a destiempo, no vale ni un suspiro de fastidio.

Entonces, ¿Qué hacer? ¿Vestir el traje del olvido sabiendo que estamos desnudos ante los ojos del señor? ¿Pensar palabras nuevas y alegres que pueblen el ánimo de aires frescos y futuras dichas por venir? ¿Erguir nuestros miembros arrogantes ante cada entrepierna para buscar allí una muerte que cante nuestros nombres? ¿Aceptar como sea que la vida sigue y el sol sale y que el orden de las estrellas no ha variado un ápice con nuestro desconcierto? ¿Y que nada importa ni tiene sentido alguno porque mañana o pasado o cuando sea otra forma de los cuerpos, con otro nombre y otro pelo y otra historia y otras pieles suplirá el espacio vacío con otra respiración sobre nuestro pecho carcomido de cobardías y dudas?

Entonces, ¿Qué hacer? ¿Qué hacer con el lenguaje críptico del transmundo que dice blanco y negro con la misma soltura con la que manda a matar la misma cantidad de niños que habrán hoy de nacer en otros mundos mejores a este? ¿Qué hacer entonces con ese nombre que nos ronda y esa desnudez que nos atormenta?

Ojalá la almohada nos diera una respuesta. No tendremos, por supuesto, tamaña buenaventura.