Lo dicho hasta el hartazgo moral: el colectivero pertenece a una raza miserable e indigna. Es una entidad en la que confluyen el mal, la perversión y la miserabilidad. No nacen así, lo cual es peor. Culpar al escorpión por picarte o al macrista por ser un iletrado es absurdo. Está en su naturaleza. El colectivero no, el colectivero se hace, se construye. Ningún pibe nace chorro, ninguna persona colectivero.

Hay una basta literatura social que pretende explicar cómo determinados factores sociales transforman a millones de niños en potenciales delincuentes. No es tan basta a la hora de explicar por qué un tipo cualquiera pierde masa encefálica y se consigue trabajo como chófer de colectivos. No hay ni una sola página que explique cómo ciudadanos de bien por el solo hecho de usar camisa celeste, campera azul y botinera al tono pierden todos y cada uno de los valores occidentales y cristianos para trocar en un berserker rabioso; un genocida que mata transeúntes del mismo modo en que Liborio Bernal o Eduardo Racedo mataban indios a troche y moche en la campaña del desierto.

Páginas escritas sobre eso no hay. Pero hay razones. Hoy vi una. Metrobús del km.29. Como concepto está bueno, pero resulta que Dietrich, el ministro de transporte de aquel entonces, para cagar al intendente y a la gente, recortó el proyecto, pintó todo de amarillo y transformó lo que era un punto de trasbordo en una serie de rotondas concéntricas cuyo uso es tan críptico como la naturaleza del bosón de Higgs. Los bondis van y vienen dando vueltas y vueltas, como si el objetivo fuese marear a la gente. No hay otro punto en todo el recorrido de las líneas que pasan por ahí donde la gente se descomponga tanto. Porque, es cierto, la traza es una cagada pero el colectivero promedio no saca por eso la patita del acelerador y entonces más que un bondi es una zaranda, una coctelera, un secarropas de esos petisitos que cuando toman impulso parece que van a salir volando dejándote un agujero en la loza del rancho.

El colectivero de hoy es distinto al de siempre. El de siempre es un tipo de unos 50 mal llevados, fenotipo del norte argentino, pelo renegrido al que sospecho producto de tintura. Lleva anillos en las dos manos y anteojos de sol tipo policía rutero de serie norteamericana. Barbijo con logo de boca mal puesto. Escucha a Beto Casella y a veces pone cumbia santafesina. Nunca, bajo ninguna circunstancia sea cual fuere te mira ni te habla. No es que esté prestando atención al recorrido. Te ignora, como si supiera que es despreciado y por eso devuelve ese desprecio con un solipsismo férreo. Bueno, ese no es. Hoy es otro. Un colectivero morochón y gordo, tanto, que tiene que meter el rollo bajo el volante y cuando tiene que doblar, mete la panza para darle juego. Debe medir 2 metros. Debe andar por la treintena. Este es amable. Saluda cuando lo saludan, dice “de nada” cuando le agradecen y no va pisteando. Escucha música a un nivel más que aceptable y el playlist que usa es de un rock nacional que no me disgusta. Debe ser nuevo.

En el bondi también van los ninjas. Los ninjas, se imaginarán, no son ninjas, son sordomudos. Viajan cada tanto. Son cuatro que suben en la parada de Catalfo, la casa de sepelios que tiene el monopolio de los velatorios en Khatan city. Si te morís sí o sí tenés que caer ahí sino a la zanja, a qué te velen los sapos.

Les digo ninjas porque su lenguaje les permite comunicarse a la distancia. Se sientan donde hay lugar, a veces muy separados, unos en una punta y otros en otra pero aún así siguen con la charla solo que para hacerse entender tienen que hacer más aspamento que cuando están cerca. Parece que estuviesen preparando alguna técnica marcial como la genki dama de Goku o algún jutsu de Naruto. Ellos se cagan de risa y más de una vez les saqué la ficha mientras opinaban en formato señas sobre el lomo de varias pasajeras. Los gestos eran dignos de documentarse.

Retomando, Metrobús del km.29. Estamos llegando. Se preparan para bajar 2. En la parada hay 27. El colectivero viene fuerte pero dentro de lo razonable. Va midiendo el semáforo, a ver si frena o sigue. Cambia al verde cuando llegamos así que sigue, pero se le cruza una embarazada que lleva a un nenito del brazo. Sale de la nada, de atrás de un caño, de un pilar, desde la misma vacuidad. Se materializa a metro y medio del frente del bondi con cara de sorprendida inmortalidad. El gordo clava las guampas. La monada sale disparada en todas direcciones dentro del bondi. Una vieja con el pelo rosa que va sentada en el pozo de la puerta de atrás se parte el labio cuando la jeta da contra el vidrio. Una flaca en silla de ruedas no puede contener el envión y le hace bosta la pierna a un pibe que va frente a ella papando moscas. Uno de los ninjas cae al pasillo. Comienza el griterío. De repente, un segundo sacudón. Nos emboca de atrás un camión de garrafas que tampoco se esperaba el frenazo. El golpe es muy menor pero el cagazo aumenta igual cuando caen al asfalto un par de garrafas. Pasan unos segundos. Vemos que a la embarazada con el nenito no les pasó nada porque la muy chota sigue caminando como si nada hubiese pasado. No se da vuelta para pedir disculpas, de hecho, camina más ligero. El único que gira la cabeza es el nenito, de unos 4 o 5 años, que hace ademán de saludar.

La monada se va reacomodando pero notamos que el colectivero no dice nada ni arranca. Lo miramos. El tipo está petrificado, con la mirada fija al frente. No suelta el volante. Duro. Un viejo que va en el primer asiento le pregunta
-Pibe ¿Estás bien?
No contesta. Se le acerca otro y le pregunta lo mismo. Nada. Cuando otro le toca el hombro el gordo se desborda. Empieza a llorar. Y llora, llora y llora y el llanto le cubre el rostro y se le llena la trucha de lágrimas y moco. Nadie sabe qué hacer. Tiene un ataque de nervios, está en shock o poseído por el julepe. Aparece un patrullero. Baja un milico viejo a las puteadas que no entiende muy bien la secuencia porque parece que estaba durmiendo. Le hace dos o tres preguntas pelotudas al gordo pero es lo mismo. El viejo del primer asiento le cuenta cómo fue la cosa. El milico habla por handy con alguien. A los 5 minutos cae un viejo que parece ser el encargado de la oficinita de control de choferes que hay en un costado del centro de trasbordo. Le dice algo al oído y el gordo reacciona, se para y baja con el viejo pero sin dejar de llorar.
-Ahora siguen, dice el encargado y se va con el gordo.

Estamos en mitad de una ruta, a una cuadra de la parada, con un par de heridos y en un colectivo sin chofer. Nadie sabe qué hacer. ¿Nos bajamos y cada uno se arregla? ¿Esperamos? ¿Se van a llevar a los heridos? Uno le pregunta al milico.
-Ni puta idea, campeón- Contesta.
La vieja que se lastimó el labio avisa desde el fondo que está bien, que dejó de sangrarle y que quiere seguir porque si no pierde el presentismo. El de la pierna renguea, pero dice que se le pasa. Los ninjas hacen su magia y estallan en una risotada.

Pasan otros 5 minutos y cae un chofer nuevo. Se sienta. Pone en marcha el colectivo. El viejo del primer asiento le pregunta por el gordo.
-En un rato se le pasa, era su primera vez.
Arranca.