Jolene

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Pocos lo confiesan. Pocos se animan a recordarlo cuando al salir de la ducha borran con sus manos el vapor de los espejos y se ven cara a cara con eso que son, con eso que ni la desnudez, ni el jabón, ni el shampoo pueden borrar o limpiar. A veces, en un acto de arrojo propio de quienes se resignan a la muerte en alguna de sus variadas formas, uno se hace del valor y deja que venga a la boca, como un reflujo, como el regurgite amargo, ácido, de eso que no es vómito ni alimento; como una vergüenza, como una cicatriz, como una traición. Sí, pocos lo confiesan, pero todos -quien más, quién menos- hemos estado ahí diciendo lo que se dice en esos momentos «Jolene, Jolene, Jolene».

Chano

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Al principio los dioses crearon el cielo y la tierra y, tiempo después, a Chano. Ustedes no se acuerdan porque son chicos y dados al olvido rápido e impiadoso de la modernidad aguachenta, pero hace unos años Chano era todo, estaba en todas partes. Allí donde miraran, allí donde escucharan, estaba él, o un personaje que se parecía a él y se lo creía o alguien que actuaba la versión de Chano que cada quien elegía ver. Pero hay allí un problema. Chano no siempre fue el Chano que conocemos y los medios olvidaron porque tiene poco que decir. Chano fue otro Chano antes de ser ese que todo el periodismo esperaba ver morir de sobredosis mientras se lanzaba de un edificio montado en una Ferrari con un kilo de merca y dos travestis paraguayas menores de edad y en pelotas. No. Chano fue, aunque no lo crean, un poeta maldito. Tal vez no el más elegante pero sí uno de los más dolidos.

Torn

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La nostalgia es un negocio. Basta con mirar todos los rubros del arte, del deporte y de la vida. El pasado vende. Lo saben los escritores de novelas históricas y los psicoanalistas. Lo saben esas esposas que se visten de colegialas para calentar a sus maridos y esos maridos que tratan de bajar la panza para parecerse a los jóvenes que fueron hace veinte años. Y no está mal. Todos tenemos derecho a comer caliente. Y si es con honradez, mejor.

Paciencia

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Un pibe medio gordito va en el Roca silvando Patience, de los Guns N’ Roses. Está sentado y tiene a su novia de la mano. Ella tararea en un inglés inentendible. En la parte del solo de guitarra le suelta la mano y hace el punteo en el aire cual fender stratocaster. Los dos agitan la cabeza. Ella tiene puesto un buzo canguro gris. Como es rellenita la cara le llena toda la capucha, que lleva colocada. Él, una bufanda exageradamente larga y un pulover que se adivina demasiado finito para esta noche.

Natalie Perez o el milagro de un encuentro sin espectativas

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¿Será porque el tiempo pasa para todos y nos ponemos de talante blandengue? ¿Será porque se nos endurece el cuero y se nos aflojan las ideas? ¿O porque no tan en el fondo somos unos onanistas recalcitrantes? Importan poco las razones cuando un día nos encontramos escuchando el disco debut de Natalie Perez y reconocemos sin la menor vergüenza que no suena mal.

Sebastian Bach

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Anoche una ex me escribe para comentarme los pormenores que descubre en una nueva incursión en la serie Gilmore Girls (¿¡¿?!?). Sí, mis ex son así. Me dice que descubre que uno que toca en la banda de un tal Lane es un músico famoso en la vida real y se llama Sebastian Bach. Me cagué de risa. Me cagué de risa porque la flaca araña los treinta y para ella los ’80 es algo de los libros de historia, porque no me imagino al cantante de una banda como Skid Row tirando diálogos ingeniosos pero improbables con Rory Gilmore. No me lo imagino normal, sin falopa, sin pose de rock’star ni me la imagino a ella tan dada a la lectura de Anatole France escuchando a ese carilindo pelilargo que tomaba de la misma ricarda con Axel Rose cuando Axel Rose era un señor peligroso y no esa tía abuela con sobrepeso que es ahora.

Este mundo solamente romperá tu corazón

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Todos tenemos la experiencia del bucle mental, esa idea compulsiva a la que volvemos una y otra y otra vez sin solución de continuidad y que nos impide retroceder tanto como seguir adelante. Esa idea, asociada a prácticas determinadas, es quizás una de las características principales de la neurosis obsesiva. Un retorno a la niñez más primaria en la que el acto de la repetición fijaba conceptos. Eso que hacen los infantes que ven un millón de veces las mismas películas, los mismos dibujitos; que preguntan casi como en una conmoción mental «¿Y mamá? ¿Y papá» «¿y Candela? ¿Y la moto?». La repetición pavloviana como fijación y refuerzo de algo del mundo que nos ha interpelado y se afinca en el hondo bajo fondo eternamente sublevado.

Pop!

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Es innegable que la música es parte consustancial de nuestra educación sentimental. No solo forjamos nuestra percepción amatoria de la realidad a través de los besos que nos dan y nos niegan sino que además lo hacemos tras el prisma de un imaginario social que nos dicta cuáles son las formas correctas en las que se ama o se sufre por amor. Tal es así que Nick Hornby, reflexionando sobre el impacto de la música pop en nuestras vidas, le hace preguntarse a Rob, personaje de su novela Alta fidelidad, «¿será que me gusta (el pop) porque soy infeliz o si soy infeliz porque me gusta?».

Reggaetón lento

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El chofer escucha música en su celular. Sorprende el volumen. Su lista de reproducción es por demás creativa. Reggaetón, cumbia remixada, folcklore en plan mix tape. En ese orden y sin pifiarle nunca. Un golazo. Lástima que con su actitud habilita al resto del pasaje a intentarlo. Solo recoge el guante una evangelista que le opone al reggaetón canciones en las que Cristo salva al mundo del mal, el café, la minifaldas, Marilyn Manson y el aborto. Se baja en Laferrere repartiendo bendiciones cada vez que pisa a alguien.

¿Si no sé qué cojones hacer contigo cómo voy a saber qué cojones hacer conmigo?

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A veces ocurre que pasa algún tiempo antes de volver a cruzarse con un disco que conmueva. Las razones pueden ser varias, todas vinculadas a la subjetividad. Discos que en una época determinada nos hubiesen parecido basura al llegar el momento dictado por los dioses nos tocan una fibra interna y se vuelven omnipresentes, banda sonora original de los días vividos en tiempo real.

Arjona (o cómo perder el prestigio con una sola nota)

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Si cualquier boludo tiene un blog también cualquier boludo es crítico de música. Por eso es tan sencillo hacer leña del árbol caído con un cantautor que desde hace más de veinte años ha musicalizado ciertos lugares comunes del imaginario popular. Desmerecer tamaña tarea es no entender en modo alguno no ya los dispositivos culturales que obran a nuestro alrededor sino tampoco las sensibilidades y el imaginario de cientos de miles de personas de habla hispana que encuentran en las letras del guatemalteco su compañía en momentos de zozobra  y alegría, la empatía que transforma lo irrelevante en vital.

Donde Manda Calamaro (o casi) y otras cuestiones menos alegres

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Andrés Calamaro en un estudio de radio. Está presentando On the Rocks, su disco de 2010. Le hacen un reportaje. Alguien llama y deja un mensaje. “Lo escucho mientras me hacen quimioterapia”. Silencio. Calamaro agradece y el reportaje sigue. ¿Pero cómo seguir? Un tipo se está muriendo y acompaña lo poco que puede hacerse con las canciones del salmón de fondo. Un paliativo ante la muerte. Un tipo parado frente a una columna de tanques queriendo evitarles el paso. Y Calamaro de fondo.

Arqueología de la duda (Led Zeppelin y la grandilocuencia de lo pasado)

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Led zeppelin ha muerto. Como Cobain, como Marley, como Harrison hoy cría malvas en los cementerios de la memoria. Borges proponía que al mirar atrás, las infinitas bifurcaciones de la vida se volvían un solo camino recto. Todo va de algún modo hacia Led Zeppelin cuando se mira hacia atrás. El hard, el blues, el folk, el sonido progresivo. Pero Zeppelin se encuentra en el punto de fuga del horizonte. Y el horizonte queda lejos. Nadie nacido después de la época de gloria de la banda puede dar cuenta de lo que significó realmente formar parte de la fundación del rock de estadios, del rock como negocio, como moda y como espíritu de época y ritual de miles y miles abandonados a la sin razón de un placer desconocido y nuevo.

La gota en el ojo (aspectos de Sumo para ver)

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La llegada del reggae y el pos punk a la Argentina es un camino de fuga. Así como algún inmigrante alemán escapando del hambre posibilitó el sonido característico del tango con un bandoneón en su maleta; del mismo modo lo que trajo Luca Prodan en su cabeza escapando de sus propios fantasmas fundó un sonido nuevo en un país que transitaba una pampa húmeda, pero pampa al fin.

23am

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Los libros a veces nos dan la oportunidad de deslumbrarnos con una historia o con un fragmento de ciencia pensada en otro tiempo, bajo otra sensibilidad del mundo y de los hombres. Nos traen, en palabras y grafos, otros aires; como si fuésemos capaces de oler el soplo del mar al descorchar esa botella que el náufrago tiró en su desesperación con un mensaje dentro.

El otro (música para pastillas) – Andén 21

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El Resquebrajamiento del régimen menemista y su continuadora, la alianza, ayudaron a parir el primer género verdaderamente original del siglo XXI argentino: la cumbia villera. Emergente feroz de una década signada por el desmantelamiento del estado y la instalación del individualismo hedonista como cosmovisión nacional, la pobreza encontró en la cumbia su forma más acabada de exhibición. Capaz de expresar el escenario socioeconómico en el que las masas postergadas vivían, las primeras producciones de Pablo Lescano, creador del género, sacudieron lentamente a la música de Latinoamérica.