San Valentín 3 – Notas de uso

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La piba está en la misma esquina desde anoche. La vi ayer cuando pasé por ahí. La llegada de San Valentín hace que lxs vendedorxs de flores se pongan pillos y primereen las mejores esquinas donde ofrecer rosas al precio que se les antoje porque saben que hoy más de uno va a querer ponerla con un mínimo esfuerzo. Pareciera ser que es más fácil que otros días. San Valentín tiene ese no sé qué que comparte con el día de primavera, navidad, año nuevo y los días que gana la selección. Love is in the air, se dice en estos casos. Se puso de moda hace unos años y como no hay moda que no venga con su merchandising hacen falta proveedores de flores, chocolates, dealers del romanticismo de cabotaje.

Love is in the air – San Valentin 2

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Venus araña la treintena. Nació en zona norte. Su mamá murió cuando ella tenía 8 o 9 años. Su hermano adolescente y una tía la criaron. El padre se borró. Vivió una adolescencia ni más triste ni más alegre que la de otros, aunque supongo que algo de eso le hizo mella. Luego falleció su tía que le dejó unas propiedades y se fue a vivir a capital. Fue productora de radio y televisión. Ahora tiene un master en comunicación corporativa y labura en el Ministerio de Salud.

El recuerdo

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El recuerdo de la tristeza es triste, pero el recuerdo de la dicha también lo es. En eso pienso mientras espero el bondi y el frio me fractura los huesos. Pienso que hace un tiempo galopaba ciertas noches para estrellarme en unos labios borrachos, y caminaba junto a ellos por una ciudad gris que cambiaba de color bajo nuestros pasos. Un trago exótico, un beso. Una luminaria en la avenida, un beso. Una noche gélida entibiada con abrazos y estufas de dos mangos. ¿Un año? ¿Dos? ¿Tres? ¿Tiene importancia que las fechas se sucedan sin pausa si al final no hay una sola foto que testifique que en este vacío que se macera en la boca hubo una saliva dulce y fiera? No. No lo tiene.

Sexos

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De noche todos los amantes son pardos. Será por eso que cuando terminaban de comer o cuando volvían del cine y la puerta se cerraba; cuando daban de comer a las mascotas y ponían el lavarropas a centrifugar, cuando el último de los vasos era guardado en la alacena, entonces, él se le acercaba hasta oírle la respiración. Ella sonreía. Sabía lo que iba a pasar, cualquiera lo hubiese sabido, incluso quienes solo conocen del sexo las migas de un onanismo sin horizontes.

Un tiempo

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Hace algún tiempo quise mucho a alguien o si no mucho, como me salió querer. La quise bien, que es lo mismo que decir que la quise sin subterfugios, sin esas caretas que a veces usamos para parecer mejores ante los ojos de la gente. Compartimos noches y no todas esas noches estuvieron cargadas de épica pero fueron deseadas y apreciadas. Algunas de ellas, incluso, podrían ser cantadas por cualquier rapsoda en cualquier lugar del mundo porque la dicha de la carne, perra, libre y en bruto no se somete a la historia ni a las mañas. Algunas otras, más calmas, fueron como el momento en el que alguien cualquiera se saca los zapatos y pisa el pasto de la mañana con los pies desnudos. Una mañana de madrugada, en lo oscuro de la noche. Un despertar sin estridencias antes de irse a dormir.

Manu♥♥♥

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Bondi. 86. Madrugada. Dos tipos sentados juntos. Uno le dice a otro:

– Salí con Elisa. Noté que ella no quería estar ahí conmigo. Ni siquiera me dio pie a decir nada. Por ahí tendría que haberle dicho lo que quería decirle igual y sacármelo de encima. No soltaba el teléfono. En un momento se da vuelta. Estaba hablando con el novio.

Horoscopismos

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El horóscopo del diario es particularmente imperativo «Diga con franqueza lo que siente o puede que se arrepienta si pierde a quien ama» aunque corona con un «Hay que saber dejar ir lo que no conviene. Despréndase.» Casi que se contrapone, casi que se opone un consejo a otro. Los intérpretes del oráculo puede que digan que una cosa no implica la otra, es cierto, pero la línea divisoria entre opciones es demasiado fina para quien desconfía de la palabra de los dioses, en especial, cuando los dioses tienen la manía de comportarse como unos cretinos de mierda.

La circularidad del tiempo 1 – Beso

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Barrio del Once. 12 de la noche. Espero el 86. El vaso de cerveza que tomé me cayó mal, como es costumbre desde que la juventud me dejó por otro. Bueno, mal lo que se dice mal, no. Me pegó triste, melancólico, nocturnal. Me pegó con una serie interminable de pequeños fotogramas, clips de segundos con caras y besos de otra edad del mundo, tan pero tan lejana que se borran en la irrealidad de la alucinación y el sueño. Y entonces lo que veo se calca sobre un recuerdo.

Pocho y la arpía

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Lo de siempre, Pocho no se llamaba Pocho y la Arpía no se llamaba, obviamente, Arpía. A los dos los conocí en el aeropuerto, mi primer trabajo en blanco, legal y semi esclavista. Pocho era un pibe de buena posición económica que coqueteaba con el guevarismo pero fue fiscal por el partido de Rodríguez Sara en las elecciones de 2003. Hoy es recontra trosko. Llegó a docente después de hacer un curso de panadero. Un campeón. Era un pibe simple. Simple de gustos, de ideas, de aspiraciones. Una actitud despreocupada de la vida que lo convertía en un imán para las mejores minas. No es que fuera particularmente agraciado pero la Arpía solía contarme que su miembro era una cosa monstruosa y descomunal. Los amantes suelen exagerar las virtudes de sus partenaires, es cierto, pero ella no era generosa con los halagos y además tenía un historial de muñecos volteados que era admirable.

Roxana

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Subo al colectivo y al sentarme me llega un aroma. Es un perfume. Una mezcla de tilo y naranja. Es un shifter, un embrague, un disparador a otra edad del mundo. Al igual que ciertas canciones y sabores, una fragancia también puede pinchar la memoria para que se filtren recuerdos. La nostalgia se alimenta de eso, de fragmentos perdidos y de años. Aguarda que la cosa más nimia dispare un inside para mordernos la memoria. De pronto, la película. Una plaza, sol, primavera. Una adolescente rubia, de ojos verdosos. Sus labios rosas, su pelo lacio enrulado en las puntas. Pantalón de gimnasia, remera blanca.

Pókemon

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Pókemon se llama a en realidad Sebastián. Se parecía a Cuauhtémoc Cárdenas, un jugador de fútbol mexicano pero como yo no lo conocía le decía así, Pókemon. A fuerza de insistir, le quedó. Laburábamos juntos en el estacionamiento del aeropuerto de Ezeiza. Pókemon era como todos los que laburábamos ahí, joven, tirando a pobre, medio fulero pero con toda la onda. Le gustaba el rock independiente y las drogas livianas, duras y todas las del medio. Venía de una familia sin padre. Vivía con su mamá y su hermana. Cuando podía se hacía el boludo y no laburaba. También se iba de gira y no volvía a su casa por una semana. Tenía una vida dura de la que trataba de evadirse con lo que tenía a mano tal y como hacíamos todos los esclavos del sector 7G que convivíamos en ese antro infecto, desalmado y multinacional donde en la etapa final del uno a uno conseguías drogas de cualquier lugar del mundo a cualquier hora. Y si no la conseguías, llamabas a la policía aeronáutica y te la llevaban a tu puesto de trabajo.

Marcelita y Pepe

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Hace mucho, mucho tiempo, cuando un dolar era un peso, Lanata era bueno y Cristina menemista, estaba el secundario. Era como una fiesta larga y aburrida de cinco años que se ponía buena al final. Ahí estaba ella, Marcelita. Colorada, pecosa, brillante, que hablaba hasta por los codos y de una simpatía que, dicen los que saben, aun conserva. Era tan linda que se daba el lujo que ninguna mujer debería negarse, salía con los tipos que le gustaban. Nunca le faltaba novio. No les era infiel pero los cambiaba con cierta regularidad. Algunos prestábamos atención para encontrarla en un impasse y probar suerte pero la suerte no tiene miramientos con nadie, menos con aquellos que, teniendo 17 años, solían pasar sus tardes mirando los caballeros del zodíaco.

Últimas orillas del desierto

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¿Dónde estabas esa noche? En medio de la embriaguez del humo y del alcohol sólo podía ver tu cara riéndose frente a la mía. Tus ojos verdes lúbricos y luminosos mirándome y riendo. Sentada sobre mí en la cocina, helándonos y frotándonos el frío en la piel del otro. Abrazándonos, buscándonos perdidos en el cuerpo del otro dejando atrás un rastro de besos gastados.