Hace muchos, muchísimos años, cuando tenía fe en lo transmundano y lo militaba, algunos de los hermanos de la comunidad de La Salle solían decir que, así como uno pensaba fuerte en la persona que le gustaba, tenía que pensar en Dios. Era una suerte de práctica mística, como el OM de las religiones dhármicas, pero en silencio. Los judios, por ejemplo, se mueven rítmicamente al rezar, ya que el alma es una candela de dios como se sugiere en el libro de los Proverbios. Ese movimiento, como el de una llama, reconcentra el pensamiento según ellos. También lo hacen los Sufíes, una rama mística del Islam, quienes bailan dándo vueltas hasta el trance.

Fuera de esos esquemas tradicionales hay algunas corrientes de pensamiento más bien heterodoxo y adhoc que sugieren, fieles a estos tiempos de inconsistencias mentales de todo tipo, que basta con fijar el pensamiento en lo deseado para que lo deseado, mal que mal, ocurra. Una reversión del querer es poder.

Cualquier palurdx a quien la persona amada no le da pelota puede atestiguar que no hay idea más caída del catre que esa. Se aplica al auto cero kilometro que uno quiere, a dios, al pariente que se muere, al trabajo bien pago y a la mujer amada. Pensar mucho en lo deseado no tiene ningún efecto práctico en la cosa. Punto. En todo caso, embarra la cancha, obseciona, encapricha y aumenta la neurosis.

El problema radica en que la idea que se afinca, se aferra a las paredes del pensamiento y no se va. Millones de drogadictos y borrachos sirven de testigos con la inutilidad de su esfuerzo.

¿Qué callejón evolutivo, entonces, siguen las ideas que no se van? ¿Por qué se quedan? ¿Qué buscan al pudrirse y pudrirnos desde adentro obligándonos a un esfuerzo sobrehumano por espantarlas? Hay formas más elegantes de autodestrucción, más efectivas y expeditivas pero no, eligen el camino de la idea obseciva que va mutando de cara y objeto, agazapada en cualquier rincón, en una melodía, en un aroma del pasado. Abrimos el grifo de la bacha del baño y emerge la idea. Untamos la tostada, y se manifiesta. Pagamos la tarjeta de crédito y brota. Está en todas partes pero no la vemos.

A veces ni siquiera en la terra incónita del sueño nos libramos de la idea obsesiva. En programación informática se le llama bucle infinito. Ocurre repetitiva, inexorablemente hasta que el sistema «se cuelga» y hay que reinciarlo.

El alma humana no tiene tamaña fortuna.