El profesor, haciéndose el copado, me dice “No vengas la clase que viene, mandame el trabajo por mail y te cierro con 9”. Ah, gracias, ¿pero sabés qué? Me hiciste quedar porque se te cantó el orto hasta las 10 de la noche, enojado porque dos forros te boludearon. Ahora estoy en Bernal, tengo que ir hasta Constitución, ya no hay tren y pierdo, de una, el último 96 semirrapido a González Catán. Me tomo el 98. ¿Cuál viene? El del recorrido largo, ese que visita todos los barrios de zona sur. Si me bajo en consti pa’tirarme el lance me voy a encontrar con un millón de borrachos, drogadictos y consumidores de sexo gerenciado. Si sigo hasta once me voy a encontrar con un millón de borrachos, drogadictos y consumidores de sexo gerenciado. Ya no cuento, como a principio de cursada, con un lugar amable donde quedarme. Toda otra opción requería llamados previos, logística y, como mínimo, un boxer presentable y no el que tengo puesto, celeste y con corazoncitos blancos.

Hay gentes que como virtud y defecto me endilgan una paciencia china. No se imaginan el esfuerzo titánico que hace falta para tener ese don.