Los libros a veces nos dan la oportunidad de deslumbrarnos con una historia o con un fragmento de ciencia pensada en otro tiempo, bajo otra sensibilidad del mundo y de los hombres. Nos traen, en palabras y grafos, otros aires; como si fuésemos capaces de oler el soplo del mar al descorchar esa botella que el náufrago tiró en su desesperación con un mensaje dentro.

Con la música pasa más o menos lo mismo, o para decirlo bien, con el disco “23am” de Robert Miles pasa lo mismo. Un disco de música electrónica de 1997 debería sonar viejo, frío, poco elaborado. En estos días en lo que la electrónica llega a lugares inesperados -desde el metal industrial noruego hasta el chill-out étnico para goce y disfrute de aristócratas y burgueses- en estos días, la electrónica vive. Y vive como nosotros, sin vivir, sin respirar, sin sentir, sin conmoverse. No siempre fue así. Hay que decirlo de nuevo ¡No siempre fue así, hijos de puta! ¡Entiéndanlo de una vez! “23am” de Robert Miles conmueve, emociona, llena lo vacío, le da de comer a náufrago hambriento, al viejo cansado de historias; recrea nueva ciencia, hace música y se queda ahí, sonando en alma. Donde quiera que estés Robert, ojalá la estés pasando bien. Nadie en el mundo, esta noche, se lo merece como vos.

Me cierran el bar. Chauchas■