6 episodios sinfónicos

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1 Salgo del laburo 20:45. Si quiero comprarme un atado de puchos por semana tengo que patear hasta Consti, no hay tu tía. Época de vacas flacas. Son 20 cuadras. Llego 21:15 porque voy papando moscas. Llega uno al km.29. No subo. Me deja lejos y también me obliga a un trasbordo. Pasan los minutos, y las horas. La gente se pone irascible. Desde donde estoy puedo ver como un vendedor de falopa se hace rico vendiéndole a paqueados y trabajadoras sexuales, sobre O’brien y Salta. Los dos milicos de la esquina se acercan a saludarlo. Ríen de chistes al paso. De hecho, con los milicos y todo, para junto al transa un Clío de vidrios polarizados y le compra algo. El vidrio de atrás tiene un ploteado con la cara del Potro Rodrigo. Parece que el motor está ultra manijeado porque cuando sale emite unos ruidos de transmisión de fórmula 1 que da calambre. Las cubiertas quedan marcadas en la calle mientras el auto se aleja dando coletazos entre bondis y personas que cruzan. Los policías, bien gracias.

For the kill (o el rifle sanitario de tu corazón)

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En el asiento doble delante del que voy sentado van dos tipos. Son evangelistas. Te das cuenta porque son espamentosos y les gusta la alharaca. Que cristo esto, que cristo aquello, que el espíritu santo te cura las hemorroides; y, por supuesto, la biblia en la mano, como si no hubiese otra puta cosa que leer. Justo ellos que son quienes más lo necesitan.

Vomitito

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Miércoles de marzo. Siete de la tarde. Calor. Humedad. Me siento mal desde la mañana cuando mientras estoy sentado detrás de todo, el chófer abre las puertas para que suban todos los que quieran. Tengo que darle el asiento a una chica enana que va con su hijo en brazos porque todos están dormidos. Hubiese hecho lo mismo pero me engancharon cambiando de canción en el celular. Mala mía. El sol me da en la jeta todo el viaje y siento el resurgir de los fideos medio crudos que me comí anoche.

Ranking de excusas

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Como co-editor de un periódico me tocó escuchar de todo en estos 4 años 10 años, los relatos más extraños y desopilantes de gente que se había comprometido a entregar un artículo y sin previo aviso ni atisbo de responsabilidad se bajó y me dejó un problema. Cada justificación, cada pretexto, cada coartada era enunciada como inaugural, como si nadie la hubiese utilizado nunca jamás y su originalidad cegara de tanta brillantés. Al principio fue así, pero con el correr del tiempo noté que la novedad no pasaba por la excusa sino por mis oídos que las escuchaban por vez primera. Más o menos al año había podido detectar las estructuras básicas de la excusa barata de quien no sabe cómo salirse de su propia camisa de once varas.