Y más allá… el metrobus.

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Los dioses nos odian, no hace falta ni decirlo. O nos cagamos de calor y nos cortan la luz o nos cagamos de frío y nos cortan la luz. O tenemos un gobierno popular que nos caga a palos con una sonrisa fraterna que combate al capital o nos toca un gobierno elitista que nos caga a palos en nombre de sus amistades bancarias. Es cierto, cada tanto -los dioses-, nos tiran un mundial para que la monada se conforme y no rompa las bolas por un rato o nos tira un hueso en forma de metrobús en San Telmo para que las señoras coquetas alaben la iluminación que suplanta la oscuridad terrible que los preparativos del mismo metrobús había generado.

El recuerdo

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El recuerdo de la tristeza es triste, pero el recuerdo de la dicha también lo es. En eso pienso mientras espero el bondi y el frio me fractura los huesos. Pienso que hace un tiempo galopaba ciertas noches para estrellarme en unos labios borrachos, y caminaba junto a ellos por una ciudad gris que cambiaba de color bajo nuestros pasos. Un trago exótico, un beso. Una luminaria en la avenida, un beso. Una noche gélida entibiada con abrazos y estufas de dos mangos. ¿Un año? ¿Dos? ¿Tres? ¿Tiene importancia que las fechas se sucedan sin pausa si al final no hay una sola foto que testifique que en este vacío que se macera en la boca hubo una saliva dulce y fiera? No. No lo tiene.