Uno puede extrañar muchas cosas, amores idos a medio parir, lugares del tiempo y el espacio en donde la felicidad nos dio una probadita de su cocaína mentirosa, perfumes que disparan un inside lloroso y maricón. Puede, incluso sentirse tentado a extrañar ciertas formas del dolor y el sufrimiento que uno se fumaba porque sarna con gusto no pica. Pero hay cosas que no pueden extrañarse ni aunque se trastoquen las leyes más elementales de la física. Gentes, lugares, situaciones que duelen incluso en plan de rememoración sadomasoquista. Una de esas cosas es, claramente, Constitución.

Hace unos días volví a recorrer, con la línea 180, el trayecto de Caballito al Km 29, como en mis años mozos. Me banqué durante todo el viaje a 3 excrementos humanos gritándome en algo parecido al castellano si quería comprarles medias, broches para ropa y azaleas que en realidad eran malvones resecos. Una hora larga siendo cargoseado por gente sobreactuando su fisura para intimidar, con olor a chivo y a paco vencido. Incluso en esas condiciones pobrísimas el viaje estuvo bien. La espera estuvo bien. El bondi estuvo bien. Sin embargo, Constitución no. Constitución no está bien. Pueden ponerle luces Led cálidas, arreglar cada tanto las veredas. Pueden barrer a golpe de milico a los tipos que duermen en las esquinas, pueden cagar a palos a los drogadictos y a las chicas trans, pueden verduguear a las laburantes sexuales de la calle Salta, pueden armar esa especie de escroto cósmico donde para el subte, pintar la estación y manguerear el olor a meo. Pueden hacer lo que sea y sin embargo, todo es inútil. Es el alma de Constitución la que está sucia y manchada, es algo transmundano lo que transpira corrupción y decadencia en pleno día; es algo de orden místico, trascendental.

Cae la tarde con su fina línea de noche que se agranda y de pronto, el barrio, cambia, se acentúa. Es más triste, más sórdido, más frío, más desbordado de furia y resentimiento y venganza y bronca contenida después de caretearla mal mientras el sol alumbra. Y luego, su propia revancha contra el mundo.

-Ehhh, guacho, dame un liyo- le grita un pibe a un policía.
El cana, que está solo y espera, le contesta, seco -no tengo.
-¿Que no va a tene’ si el otro día re tenía’, puto- le insiste el pibe.
Cuando se acerca más de lo prudente el cana apoya la mano en el bufoso. El pibe se va agitando la mano mientras grita como un desaforado -ya va’ a ve’ vo’ egoísta, puto-.

Todavía no son las 9 de la noche.