De los innumerables temas acerca de los cuales escribir, el ensayista alemán Florian Werner eligió, acaso, el más posmoderno de todos. La Materia Oscura. Historia Cultural de la mierda es, ni más ni menos, lo que nos dice el título, un recorrido sobre las formas en las que, como cultura occidental, nos vinculamos con nuestros propios desechos, la historia de ese vínculo y las prescripciones a las que nos somete.

Hay que reconocerlo, el asco atraviesa toda la lectura, el asco es el segundo protagonista de un libreo que increpa nuestras nociones de pulcritud y limpieza y nos obliga por momentos a mirar la suela de nuestros zapatos, no sea cosa que hayamos pisado el detritus de algún can incivil e impune. El asco está en los casi cincuenta sinónimos que Werner registra para la palabra mierda en el idioma alemán, en las paráfrasis y eufemismos que la tienen como norte; así nos encontramos nosotros mismos enumerando las de nuestro idioma, acopiando sinónimos cual niños que descubren la palabra y la amasan en su boca y la repiten y la rumian y la gastan hasta volverla un juguete del lenguaje y del símbolo.

Subversiva como pocas, la mierda es una herramienta de repudio ante el poder. Los marginales, los reprimidos, los lúmpenes de cualquier sociedad, aquellos que viven en contacto permanente con ella, los que son socialmente considerados como ella, la tienen como arma. Su sólo nombre invoca tabú, silencio, prohibición, castigo. El Poder tiene su contrapartida en la mierda, se fundan mutuamente, se alimentan el uno del otro. Por eso las teorías de higiene social que vienen con las modernidad la colocan como arquetipo de lo negativo e inmoral. La carga valorativa es nueva, antes sólo era asquerosa, algo que debía depositarse lejos del espacio que se habitaba. Luego trocó en piedra de toque del mal, objeto del demonio, signo de la degradación de las costumbres.

La mierda como fundamentación metafísica de nuestra naturaleza caída ante los ojos de Dios. La mierda como elemento constitutivo de la psiquis. La mierda en la literatura y el arte todo, en los proyectos de toda megalópolis con sus sistemas de canalización y asepsia social. ¿Qué hacemos con un libro así? ¿Dejamos que los pasajeros del subterráneo y del colectivo nos vean leyendo sobre flatos y meconios? ¿Lo dejamos en la biblioteca para tener charla asegurada cuando nuestros amigos borrachines lo descubran entre la Biblia y la biografía de Ron Jeremy? De eso también nos habla el libro, del modo privado, rayano en lo secreto, con el cual procesamos relaciones económicas y culturales que acaban entrando y saliendo – literalmente – de nosotros.

La materia oscura nos impone una mirada nueva, un cambio de foco. Su escritura veloz, plagada de citas que hacen conversar entre sí a muertos separados por milenios de distancia nos atrapa, nos sitúa de cuerpo presente en los orinales más hediondos de la Francia del siglo XVII y en las letrinas hi-tech de Akihabara. La mierda está ahí, nos dice el autor, donde la vemos pero sobre todo está allí, donde elegimos ignorarla con cloacas y desodorización con fragancia a pino y bosques de lavanda; en todas las formas de negar la propia aniquilación a la que nos vemos sujetos por ser los autores de esos desechos informes, malolientes que son y no son, al mismo tiempo, parte íntima de nuestro ser en tanto humanos.

En suma, La Materia Oscura. Historia Cultural de la mierda es una experiencia de consecuencias escatológicas, que no necesariamente hace que uno mire con mayor compasión el contenido de los inodoros pero sí que se detenga a pensar sobre acciones y reacciones cotidianas.

De todas las prácticas humanas elegimos por lo general aquellas de carga positiva tales como reír, hacer el amor, comer, vacacionar, darnos un baño de inmersión y en el más extraño de los casos, respirar. En esa elección ha operado un olvido, una omisión capciosa que deja fuera un proceso bio-cultural que nos sostiene en el mundo. De eso y de su producto nos habla Florian Werner.

Me cierran el bar. Chauchas■