Lo de siempre, Pocho no se llamaba Pocho y la Arpía no se llamaba, obviamente, Arpía. A los dos los conocí en el aeropuerto, mi primer trabajo en blanco, legal y semi esclavista. Pocho era un pibe de buena posición económica que coqueteaba con el guevarismo pero fue fiscal por el partido de Rodríguez Sara en las elecciones de 2003. Hoy es recontra trosko. Llegó a docente después de hacer un curso de panadero. Un campeón. Era un pibe simple. Simple de gustos, de ideas, de aspiraciones. Una actitud despreocupada de la vida que lo convertía en un imán para las mejores minas. No es que fuera particularmente agraciado pero la Arpía solía contarme que su miembro era una cosa monstruosa y descomunal. Los amantes suelen exagerar las virtudes de sus partenaires, es cierto, pero ella no era generosa con los halagos y además tenía un historial de muñecos volteados que era admirable. Con Pocho nos conocimos una noche en la que yo corría descalzo, con los pies llenos de talco y cantando a los gritos en mitad del aeropuerto.

La Arpía merecería un libro entero. Era preciosa. Flaquísima, pecosa, ojos claros. Era magnética. Exudaba erotismo. Era, también, uno de los seres más hijos de puta sobre la faz de la tierra. Llevaba y traía chismeríos, hablaba mal de la gente a sus espaldas y de frente, ideaba planes retorcidos e intrincados para cagar a la gente en los detalles más nimios. Pero todo lo hacía con una elegancia y una habilidad exquisita digna de los Medici o los Borgia.

Tenía una habilidad que única en todo el género humano. Sabía, con solo ver a una persona, cuál era su mayor defecto, en qué fallaba, en qué aspecto de la vida patinaba feo y se iba al carajo. Veía a un tipo por primera vez, pongámosle un nuevo compañero de laburo y te decía:
-Éste caga a la mujer.- Uno no se apiola de eso mientras el otro se presenta. A los pocos meses saltaba que el otro era bígamo. Te decía
-Ésta tiene problemas de juego.- ¡Zas! Saltaba.
-Aquel es puto.- Saltaba.
-Aquel afana.- Saltaba.
-Esa vende a la madre por una pija.- Bueno, eso.

Antes de salir con Pocho, la Arpía andaba con otros dos, también del laburo. El Bambi, un geniecillo de la informática y hacker declarado que ahora labura para Clarín y con una especie de gerente del área, Luisito, un merquero de la alta sociedad que en una noche de fafafa excesiva rompió su departamento con un bate de béisbol.

Le sacaba el jugo a esas relaciones. El hacker la mimaba, le llevaba café y facturas, chocolates,  la cubría en el puesto y le recordaba lo linda que era. El merquero la dejaba hacer cuanto quisiera. Eso le granjeó el odio de todos sus compañeros, jefes y supervisores. Hasta que un día la cosa con el merquero se terminó, le soltó la mano y todo el mundo hizo fila para empomarla. La cambiaron de turno, la mandaban a las peores cabinas de cobro, no le hablaban ni le mandaban reemplazos para ir al baño. Se entendía, la mina era flor de garca.

Ahí entro yo. Para mí era lo que era, una mierda, pero no dejar que alguien fuera a mear era zarparse. Y aparte era mala pero estaba recontra buena. Así que, cuando me mandaban a hacer algo cerca de ella, la reemplazaba. Recuerdo patente la primera vez que me acerqué y le dije de ir al baño -“¿En serio?” preguntó. Sus ojos casi que brillaron de la sorpresa. No se lo creía. La estaba pasando más que mal. “Andá pero no me cagues” le dije. No me cagó. Fue y volvió. Me sancionaron varias veces por hacer eso. Me mandaban a esas mismas cabinas. No me importaba, orinaba en una botella que luego volcaba sobre el capot del auto del gerente.

En ese entonces, vaya uno a saber por qué, arrancaba su historia con Pocho.

Como yo era un pelotudo que no había aceptado un ascenso porque quería estudiar me mandaron con ella a esa suerte de exilio interior. Seis meses laburando solos, los dos. Con ella aprendí a tomar mate. Me fumé todo el arranque de su relación.  De ella escuché cosas que una mujer no confesaría jamás ante un hombre lo cual siempre me hizo pensar si me consideraba como tal. Pocho lo sabía y sentía unos celos pero tenues. Me lo decía: “Solo habla de vos”. Pero como era el único con el que hablaba era lógico. Yo estaba a un millón de años de tocarle las tetas a su novia. Pocho y yo lo sabíamos. Uno a cierta edad ya comienza a intuir cuando alguien es mucha arena pa’ su camioncito. Tal vez por eso a ella le dije cosas que un hombre solo cuenta al sacerdote que le acerca la extrema unción.

La gente me preguntaba por qué trababa amistad con una sorete como ella. Nunca supe dar una respuesta contundente. Pero la cosa era que los otros no eran mejores. Se contenían. La arpía no, era una fuerza de la naturaleza. De hecho muchos de los que la criticaban, que se las daban de amigos, cuando me echaron por comunista hicieron leña del árbol caído.

Alguna vez intentaron montar unos dimes y diretes sobre nosotros. Delante de todos me preguntó “¿Vos dijiste tal cosa?” “No”- Le contesté- Se dio vuelta y mirando a los presentes agregó: “¿Vieron, boludos? Ninguno de los dos se come los mocos”. Asunto resuelto.

Se quisieron enormemente. Se fueron a vivir juntos. Tuvieron una hija lindísima. También a ellos los echaron, al tiempo. Los veía muy cada tanto. Los ex compañeros de trabajo son como los ex compañeros del secundario. Se dicen “Que no se corte” y a los seis meses no tenés idea en qué andan. Una noche soñé con ellos. Pasaron unos días. Una tarde estaba sentado en el patio de la facultad de filosofía y letras y ella manda un mensaje. Me contaba que se había separado de Pocho, que la cosa no daba para más. Fue como si se hubiesen separado mis viejos. Quedé en shock. No entré a clases. La idea del fin del amor me rondó por semanas.

Los visité muy cada tanto durante algún tiempo más. Tenía que coordinar con ambos para verlos en la misma gira porque si no me comía escenas de celos, sobre todo de ella. Tanto Pocho como la Arpía tuvieron nuevas parejas y otros hijos. Él fue más ordenado, ella un poco más caótica hasta que encontró la horma de sus zapatos y se quedó tranquila. La imagino destrozando gente en el grupo de wasap de las mamis del jardín. A él lo leo cada tanto llamando a la revolución guevarista por Facebook. Hace años que no los veo. A veces, como suele pasar con algunas figuras del pasado, los extraño. Aun así no sabría muy bien de qué hablarles.