Me di cuenta que era pobre cuando entré a la universidad. Siempre pensé que era un privilegiado porque, a diferencia de gente con la que trataba, comía todos los días. Incluso cuando laburaba por dos mangos en el aeropuerto de Ezeiza lo seguía pensando. Pero cuando arranqué la vida universitaria me cayó la ficha. Cursaba de mañana. Me acostaba a la una de la madrugada cuando llegaba del trabajo. Me levantaba a las cinco y media. Llegaba destruido a clases y lxs chicxs estaban a pleno de noches de joda o perfectamente pulcros. Total, se clavaban luego una siestonga. Ni hablar cuando fui alumno en la universidad de Morón y ni hablar cuando cursé filosofía en la UBA. Ahí me codié con la aristocracia más patricia del país. Gentes que podían dedicar su vida entera a la lectura de los autores más complejos. Y si tenían dudas iban y se pagaban un curso de alemán y si seguían teniéndolas iban y contrataban al último alumno vivo de Kant para que les explicará. Iban a clase con todo leído dos veces. Yo cursé 4 veces la misma materia y me sigo preguntando por qué hay infinitos más largos que otros. Ellxs tomaban café en Sócrates, el bar coqueto de Pedro Goyena y Puán. Yo le compraba café radiactivo a una viejita en el segundo piso de la facultad.

Todo esto viene a que, a pesar de la mishadura, veo gente preparando su escapada de finde largo. Eso también es algo de lo que me desayuné de grande. Mi gente no hacía escapadas. No había findes en la playa ni en la montaña. Qué va, ni vacaciones había.
Tuve una novia adinerada cuya familia no dejaba pasar un finde largo sin escaparse a algún lado. Tenían que cortar la rutina. Fue un flash. Luego la vida me cruzó con otras mujeres y hombres que podían darse ese lujo. “No se puede hacer siempre lo mismo ni vivir sin conocer otros lugares ni vivir otras experiencias” me decían pero claro, para todo eso, mal que mal, tenés que tener el billetin. Y uno que ha llevado una vida de asceta, más por imperio de la economía que por elección, se quedaba haciendo el papel de caído del catre porque no conocía Villa Gesell en invierno. Fui en verano, de grande, una poronga.

Alguna pareja me ha reclamado hacer algo de eso pero más de una vez clavé excusa sospechosa porque, en el fondo, me daba un toque de vergüenza decir que no quería gastarme la guita ahorrada para urgencias en los cornalitos y rabas de Mar azul. ¿Pijotero? Precavido le digo yo, pero las opiniones varían. Al fin y al cabo siempre me acusaban de que me negaba a viajar porque andaba con algún gato…y andaba…la mayoría de las veces pero no todas. Era de pobre nomás.

Nunca le di mucha bola al tema. Posta, básicamente me chupa un huevo. Mientras haya café, puchos y tortafritas la vida fluye. Pero a veces pienso que una que otra relación malograda hubiese llegado a puertos más amables de haber tenido nafta financiera para tirar un feriado haciendo ala delta en Tucumán.

Ahhh…. la burguesía…esa nostalgia de lo que nunca jamás sucederá.