Después de una semana de no ir a trabajar voy a la parada y al llegar los veo, están ahí. Dos mormones. Uno le muestra una estampida de cristo a una vieja que está sentada. Le habla en un spanglish bastante envidiable. Debe tener unos 18 años como mucho, si los tiene. Parece importado de los fiordos de Noruega, cara de bueno, ojos azules, voluntad de hincha pelotas. La vieja, en plan de sacárselo de encima, le dice con una amabilidad hastiada que lee la biblia y que cree en lo que hay que creer como si aquello en lo que hay que creer fuera algo en lo que todos creyeramos. Pero en fin, siguen en su mambo.

Viene el colectivo, como era de esperarse, hasta la pija.
En el amontonamiento el mismo mormón de abajo queda junto a mí. Se llama Elder Larsen, lo dice el gafete prototípico de los mormones “Elder Larsen. Iglesia de los santos de los últimos días”. Por lo que detecto él y su socio, al que no puedo ver, van hasta el km.29. Dice “ashta el eintinueve”. El chófer, curtido en el complejo arte de entender a villeros, paqueados, adolescentes del conurbano, reguetoneros y gente con ACV, caza al toque el destino y les marca.
Lo veo venir, de reojo se prepara. Lentamente saca del bolsillo de la camisa que tiene el gafete la estampita que le rechazó la vieja de abajo. Es una imagen de corte prerafaelista en la que el nazareno luce unos bucles como de propaganda de shampoo francés con esperma de ballena; porque si vas a salvar al universo del pecado primigenio inmolándote ante tu padre vengativo y cruel mejor darse antes una vuelta por el mejor coiffeur del barrio. Trato de adelantarme y cuando estoy por ponerme los auriculares me pregunta con ripio en su castellano -Hola ¿Crees en Jesús, nuestro salvador?-
-No- le contesto -hoy no hay asientos-. La respuesta lo desconcierta pero no insiste. El gesto inequívoco de ponerme los auriculares y alejarme a los codazos como quien trata de sobrevivir a la peste no le deja dudas.
Los dioses, al igual que los políticos y las novias solo son útiles si te dan un asiento en hora pico. Si no es así, chauchas, a llorar a la iglesia.