El día promete. En la parada hay veinte personas en la cola que no me miran bien cuando me adelanto y me siento en la saliente del refugio que deja libre el perro que me conoce. Sí, el perro me conoce y me da el asiento a pesar de mi cara de orto y mala onda.

¿Nunca hablé de Alfredux? Alfredux es un perro de la calle. Hace unos años, temprano, tipo siete de la matina salía a trabajar. En la esquina estába él, tenía enredado en todo el cuerpo un alambre de púas que le desgarraba el hocico. Era invierno, hacía frío y en el vapor que largaba su respiración se olía el miedo. Le pasé por al lado sin darle bola. Hice unos metros pero me dio culpa. Volví hasta el perro. Me gruñó. -Como todas las ideas que tuve desde que nací esta es una bosta -pensé- Me va a morder. El alambre pincha y voy a tener que darme la antirrábica y la antitetanica-. Pero el dolor no es boludo. Cuando se apioló que mis intenciones eran darle una mano se quedó quieto. Le saqué el alambre. Costó. Lo primero que hizo fue lamerse las heridas, como hacemos todos cuando nos sangran los tajos en el cuero o en el alma ¿o no?

Cumplida la tarea de boy scout que desprecia a los ancianos y a las bestias me fui. Hice unos metros y de pronto los dedos se me ponen babosos, me asusté. Era el perro, me lamió la mano. Movió la cola. Se dio media vuelta y se fue. Me dejó una saliva tibia y con burbujas. Tuvo más gratitud conmigo que algunas de mi exs.

Así que desde ese momento, cuando nos vemos, Alfredux, así le puse, me mueve la cola. Le puse así para mis adentros porque hace mucho años tuve un perro que se llamaba Alfredo y me caía bien. Y este, que es tan pero tan cuzquito como aquel, es igual de rasposo y mala onda.

Tenemos una relación distante. Nada de pendejadas tipo cariñitos y saltos. Así, de lejos. Y como a la mañana contra el refugio da el sol Alfredux va y se calienta sentado en uno de los asientos y cuando me ve, me deja el lugar.

Alfredux es carne de cañón para la ruta, para la comida envenenada, para los pibes que le tiran cuetes en las fiestas. Pero es libre. Y la pancita que tiene demuestra que se las arregla con el papeo bastante bien. Cada tanto lo veo montándose a las perras coquetas del barrio para fastidio de sus dueños que después tienen que sacrificar las crías, tirarlas o regalarlas. No le va mal. Incluso, quién sabe, hasta capaz que es feliz.

Yo, con mucho menos, ya me daría por hecho.