Ayer murió Dante. Dante Zavatarelli. Tenía 80 años. Lo conocí en la tecnicatura en periodismo. Dictaba Ética y deontología profesional. Era una leyenda viviente del periodismo deportivo pero los chicos y chicas que pululaban por los pasillos no tenían la más puta idea de quién era. Se le cagaban de risa por el moñito y él lo sabía, pero no le importaba. Era su sello. En su primera clase entró, se presentó e hizo cerrar la puerta. A media voz nos dijo a los tres gatos locos que le prestabámos atención “la ética, en este negocio, no sirve para nada”. Lo decía por experiencia porque, como me dijo una vez, “yo estoy en esto desde el año 51, pibe”. Mi padre no había nacido en esa fecha. Cuando lo escuché decir eso me escandalicé. Mi corazón progre, que había aprobado Ética en Filosofía y Letras no resistía tamaña declaración. Pero luego, escuchando anécdotas venidas de su memoria larga entendí por qué. El tipo no entendía al periodismo como profesión, lo entendía como oficio. Le preocupaba más que la gente fuera honesta. Aquello de los valores en el periodismo no le preocupaba. Formado en otra edad del mundo la objetividad era para él el basamento de los hechos. Punto. O eras fiel a los hechos o mentías o eras un boludo. Todos los grises que están en el medio el tipo no los veía.

Era ultra zurdo pero se le notaba poco. Cuando se apioló que lo que yo escribía tenía algo de eso empezó a contarme cosas, a pensar en voz alta. Los ganzos que cursaban conmigo se aburrían y no iban a clase. Me dejaban 4 horas hablando con él sobre las reglas del pato y la pelota paleta. Yo hacía periodismo general pero a él no le importaba. Se lo dije un par de veces, le chupó un huevo. Si afilabas el oido el tipo tiraba experiencia sobre el oficio, cómo moverse, cómo y con quién hablar, cómo vender una nota. Sabía que era una especie en extinción. Sabía que todavía tenía laburo por su gloria pasada más que por lo que aportaba en su presente donde tenía que combatir con los celulares de los pibes que no le prestaban atención y que él apenas si entendía.

El dato clave era lo que decía en ese lapso de tiempo en que los pibes agarraban la mochila y salían por la puerta. Eso era fundamental. Era su experiencia de vida resumida en 2 minutos.

Un día me dijo “Usted tiene una prosa muy elegante, Zanella. No se sonría, no es un halago. En este negocio la gente lo tiene que entender.” Por dentro lo mandé al carajo.

Desde ese día, cuando doy un punto final, pienso en eso. Por lo general no lo logro. Pero pienso en eso.

A dónde sea que le toque ir, profesor, que su viaje sea largo.